27 de julio, miércoles. Primer día sin lluvia en lo que va de la semana. Con Beatriz, aprovechamos e hicimos un paseo hasta el Hausbrot de Las Heras y Salguero para buscar pan de fermento natural de centeno. Lo de primer día sin lluvia es un decir; más bien una tregua con neblina que enfatiza el crepúsculo venidero pero invita a caminar. Está en mi código genético de mendocino, las lluvias pertinaces más que lavar, concentran mi acidez mental. Tampoco soy fundamentalista, amo los días nublados y la niebla -muy de cuando en cuando, no en ráfaga- que, por las tardes, les dan al paisaje una luminosidad de bajo contraste, que mezcla los tonos del sol declinante con las luces urbanas. Los franceses llaman a esta hora "entre le chien et le loup", mucho más con bruma.
Esta atmósfera, que aplana y empasta los volúmenes, me pone en alerta frente a todo lo que veo y oigo cuando camino. Porque, además de apasionarme por escuchar las conversaciones de los otros, soy un voyeur obsesivo. Por eso para este paseo y aprovechando mi estado de ánimo, resolví llevar una máquina fotográfica. Opté por la Fujifilm, más chica y compacta que la Nikon. Antes de salir tomé la precaución de poner cámara y lente en automático, así no me preocupaba por enfocar. Porque esto de andar con una máquina colgada al cuello es todo un caso. Buenos Aires es una ciudad muy fotogénica, infelizmente no lo es para andar sacando fotos así nomás; o estamos con la mirada alerta por los motochorros o atendemos a lo que merece una toma. Desgraciadamente las dos circunstancias no vienen juntas. En descargo de Buenos Aires, ésta no es la única ciudad donde se corre el mismo peligro; amo Roma, pero en algunas de sus trazas urbanas las máquinas fotográficas tienen tantas posibilidades de cambiar de dueño como un domingo a la tarde en Austria y Avenida Libertador. No es la única semejanza con la reina del Plata, en la ciudad eterna, los subterráneos son un clon de la Línea D en horas de muchos pasajeros, es decir, todas.
Y con el tema de las fotos también tengo una frustración con Roma, en nuestra última estadía en el 2015 teníamos planeada una visita al Trastevere. El día del paseo, pensando en iglesias y edificios históricos que habíamos marcado en la guía de la ciudad y también por sus estrechas calles medievales, opté por la Nikon con el lente 24-70 que permite rangos interesantes de enfoque, desde primeros planos a tomas panorámicas, pero es una cámara demasiado voluminosa y llamativa. Nomás atravesar el Ponte Palatino, a la espera de la luz verde para cruzar el Lungotevere degli Alberteschi, Beatriz recordó un comentario que le hicieron cuando dejamos el hotel "en el Trastevere tengan cuidado con la cartera y la máquina fotográfica" y empezó con su consabido "ojo con la cámara." Di vuelta en dirección al Tíber buscando una toma del puente y vi un cavaliere sentado en un escalón, totalmente identificado con la historia del barrio juro que lo vi embozado en su capa y chapeo, presta la daga. Pero no, como haciéndose el pelotudo, el tipo me había sacado una foto con el celular, y se dio cuenta que yo me había dado cuenta -que a mí, los paranoicos me persiguen-. Mi imaginación es bastante afiebrada y no necesita muchos acicates, en segundos terminé de hacerme el bocho y la historia; seguro que el hijo de la chingada le había enviado la foto por whastsapp a otros correligionarios della confraternita delle dita agili que nos esperarían más adelante. Nos miramos con la bella "Mejor volvamos", nos dijimos sin palabras, "para andar con miedo a que nos choreen por la calle no precisamos venir a Roma". Cuando volvamos a realizar la frustrada visita al Trastevere optaré por la Fujifilm. Es fácil de ocultar, ya que no entre los pliegues de mi capa, bajo mi trench coat, como una daga.
Pero en este paseo rumbo al Hausbrot del día miércoles 27 el resultado fue fructífero en lo visual y en lo literario. En algún momento, a la salida de la confitería La Fragata, en Gurruchaga y Santa Fé, un matrimonio muy paquete con dos niños, el padre les advierte, muy formal, a los críos "aprovechen para orinar ahora, porque si les dan ganas en el subterráneo van a cagar". Pero antes, al comienzo de la caminata, nos fundimos en la atmósfera luminosa que nos acompaña y al regreso, sobre French esquina Aráoz, me llevo la foto de un gato que, tras las rejas de una obra en construcción, nos mira fijo. Unos metros más allá, las últimas luces del atardecer permiten un par de tomas del frontispicio de la Facultad de Artes Dramáticas.
En una vereda de Scalabrini Ortiz, con bolsas con dos panes de fermento natural de centeno y un budín de naranja, Beatriz se para a ver unos zapatos en la vidriera de un negocio. Aprovecho que ya era casi de noche, apago la cámara y le propongo entrar para verlos mejor, "no, son medio asquerosos. Vamos." El resto del paseo, por la vereda del Botánico, fue analizar los matices y derivas semánticas de su frase. "Medio asqueroso", hablando de zapatos, es una correspondencia baudelariana, una sinestesia, un desplazamiento metonímico. Una sensación ligada a lo digestivo, pero aplicada a una valoración de marroquinería. Lo más gracioso, concluimos, es que en este caso el litote "medio asqueroso" tiene un efecto contrario a lo que enuncia. La atenuación "medio asqueroso" resulta en algo más asqueroso que "asqueroso" a secas; el adverbio "medio" refuerza la frase con la contundencia de una hipérbole. Todo enmarcado en una evanescente ironía.
Enfrascados en la digresión, cruzamos avenida Santa Fe en la esquina con Gurruchaga, un padre y una madre muy elegantes salen de la confitería La Fragata con dos niños. El padre les advierte.
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