En 1986 o 1987, a propósito de la película La Misión, nuestro entrañable 'Negro' Fontanarrosa publicó en alguna parte una tira cómica de la que no tengo copia en papel, sólo en mi recuerdo. Esa tira de una página era una parodia donde dos hipotéticos 'conquistadores' españoles hablaban de sus desventuras en nuestro litoral buscando el mítico El Dorado. Uno de ellos decía, hablando de un tercero ya fallecido -y aquí viene la parodia La Misión-, que "cayó por las cataratas del Iguazú", para concluir: "murió convencido que el mundo era cuadrado".
En junio de 2009 pasé un par de semanas en New York, mitad trabajo mitad placer; The Big Apple, con sus tufos de los respiraderos de subway y containers de basura y ofertas veraniegas de comidas alternativas, tuvo su encanto. En esa oportunidad, en enésima visita al Metropolitan Museum tomé varias fotos de algunas de las inscripciones del templo Dendur que me habían llamado la atención en viajes anteriores -la historia de las razones de por qué ese templo está en New York, al igual que el de Debod en Madrid es larguísima, al que le interese que busque en Google.
Una de ellas, la más visible por su tamaño, era la de un cretino francés -nothing personal: gabachos, en su cuarta acepción del diccionario de la RAE-, que había grabado su nombre en 1822, en una de las paredes de piedra arenisca. Perdí todos esos registros.
Ahora revaloro las selfies, un equivalente digital y menos dañino -aunque no siempre- para los lugares visitados por cretinos de cualquier nacionalidad; los imbéciles son una categoría sociológica tolerante inclusiva y antidiscriminatoria por carta fundacional. Una selfie, en teoría, es menos dañina que un grafiti, mejor sacarse una foto al lado de una pared del Coliseo que grabar o pintar un nombre.
Los grafitis son viejos como la humanidad; en las ruinas de Pompeya hay registros de ellos y en los baños de lugares públicos se encuentran verdaderas antologías. A fines de junio, en un baño de la Universidad Complutense, me demoré más de lo prudente en un retrete leyendo grafitis muy subidos de tono; cuando salí me di cuenta que había una mujer en el lavabo, ante mi estupor y disculpas, la dama me dispensó: "suele ocurrir, no se preocupe usted". Pero no es de eso que estaba hablando sino de las selfies.
Con la difusión de la participación en las redes sociales, la selfie y el inmediato post equivalen al grafiti: "estoy en Santa Sofía, en Estambul llueve a cántaros". ¡Joder! Que no faltan los cacos avisados, e infiltrados, en las redes sociales que, llamadas telefónicas y timbrazos mediante, saquean la casa al incauto viajero que se comunica en tiempo real con algunos de sus cientos de amigos en busca de un "me gusta" o un comentario intrascendente al tono.
Sé de alguien, de buen pasar económico, que tenía una pensión del gobierno para su hija discapacitada. Ganó un premio importante en Europa que incluía el pasaje para ir a cobrarlo. Aprovechó el viaje y se gastó gran parte del premio en un largo periplo de tres semanas, hospedándose en lugares cinco estrellas, comiendo en restaurantes cinco tenedores y posteando fotos y comentarios para envidia de sus seguidores en redes sociales.
Al poco tiempo de su regreso, una comunicación de Impositiva le informó que el gobierno le retiraba la pensión para su hija. La razón: quien se gasta un premio fabuloso en un viaje y vida farandulesca, no necesita la pensión estatal por un hijo discapacitado.
Pienso que no fue una decisión justa; el viejo Vizcacha dice en sus consejos al hijo de Martín Fierro: "Ansina vos ni por broma / querrás llamar la atención". Pero tampoco fue muy lúcido andar ventilando la vida personal y, valga la aliteración, derroches a troche y moche. Para esta persona, las redes sociales y las selfies terminaron siendo una versión civil de las Bobby Traps (trampas cazabobos).
Muchos cretinos -no solamente gabachos- del último lustro, han destrozado obras de arte por intentar sacarse la selfie del año y postearla de inmediato, esto implica, entre otras cosas, encaramarse a una estatua de algún museo para desplomarse con ella o dañar alguna pintura o escultura con los siniestros palos de selfie. Pero, en el último lustro, la plaga de las selfies posteadas ha llevado a mucha gente a buscar la foto de máximo riesgo, ultrapasando las más elementales normas de seguridad.
En esta competencia por figurar en el El libro Guinness de los récords los rusos llevan la delantera. Porque -y esto parece un código genético- no es casual que ellos inventaron la 'ruleta rusa'; ahora es la 'selfie rusa'. Y para esto tienen el modelo de su presidente que no precisa selfies ya que tiene un ejército de fotógrafos que se encargan de buscarle el mejor ángulo y postearlo por él. Así este zar de la posverdad, cuando reposa de ordenar acribillar o envenenar con polonio a periodistas opositores, se dedica a participar en las redes: cabalgando briosas y capitalistas Harley Davidson; buceando en busca de ánforas griegas en el Mar Negro; al lado de enormes peces atrapados con anzuelo; montando en pelo con el lampiño pecho desnudo; o de traje camuflado y fusil con mira telescópica al acecho de alguna bestia feroz, que espera impaciente que le abran la jaula donde la han encerrado los fotógrafos, para escapar rumbo a su bala certera.
Con la carga genética de la 'ruleta rusa' más la vida ejemplar del actual zar que con regularidad de metrónomo informa a su pueblo con sus post, Rusia tiene uno de los records más altos del mundo por selfies fatales. Esta epidemia ha llevado a las autoridades de ese país a difundir por todas partes carteles, del tipo de los que proliferan en lugares públicos, indicando las 12 situaciones límites en las que NO HAY QUE SACARSE UNA SELFIE; entre otras: colgando de balcones; trepados a torres de alta tensión árboles o antenas; encaramados en edificios muy altos o monumentos públicos; jugando con armas de fuego -¿ruleta rusa?-; coqueteando con animales salvajes; colgados de cualquier tipo de vehículo; o muy pegados a una vía de ferrocarril en el momento en que pasa un tren expreso. Selfies y redes sociales terminan siendo o Bobby Traps para necios en tiempos de paz.
Me acabo de enterar que una pareja -no importa su nacionalidad- que visitaba con sus hijos el mirador de Finisterre, en algún lugar con una baranda o cerco que ellos sobrepasaron para sacarse una selfie en el mismísimo confín de Finisterre, delante de sus tres niños, cayó al vacío.
Como el 'conquistador' de la tira cómica del 'Negro' Fontanarrosa, deben haber muerto convencidos que el mundo es cuadrado.
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