Sábado 6 de enero, 2018
En vísperas de navidad leí un artículo on line de BBC en español sobre un tema que, para los bebedores profesionales, no es ninguna novedad, aunque ignoren el término técnico: "¿Que son los congéneres y por qué pueden empeorar la resaca?". El artículo resultó malsín, porque, rastreando en la RAE, "congénere", no resultó ser el término supuesto.
Mi primera reacción fue acordarme de la madre del traductor y relacionarla con la profesión de Rahab, la de Jericó. Y no sólo la del traductor de la BBC sino, también la del traductor de cualquier manual cuyos resultados tipo: "si la controlo remoto de su acondicionadora de aire no funciona, que problemo caraja", son una masacre de la lengua y una dificultad más a la hora de la comprensión.
El artículo resultó malsín porque me obligó a rastrear la nota original en inglés para verificar la palabra traducida como "congénere" -fue un verdadero problemo caraja; a pain in the ass, como dicen los angloparlantes; en mi provincia hay una versión mejorada: un dolor de bolas-. Por suerte el viejo Horacio como Gardel cada día escribe mejor, y su Gutta cavat lapidem, non vi, sed saepe cadendo (la gota cava la piedra no por fuerza sino siempre cayendo; en latín leído, es un golpe en cada sílaba, mímesis del goteo, intraducible en español) sigue teniendo la vigencia del teorema de Pitágoras; di con el nombre que es la clave. El artículo en cuestión fue publicado en la edición de BBC News en inglés el 19 de diciembre de 2009, también en vísperas de resacas; y la palabreja en inglés es congener. El Webster Unabridged Dictionary dio la respuesta correcta: "Congener, also, congeneric: a secondary product formed in alcohol during fermentation that determines largely the character of the final liquor" (...un producto secundario surgido en la fermentación que determina en gran medida la naturaleza del licor). Si, como el griego afirma en el Cratilo, el nombre es el arquetipo de la cosa, la bellaca traducción congénere es lo que en nuestro idioma se llama extracto seco.
El extracto seco -no sólo de vinos y aguardientes sino de muchos productos orgánicos, desde la leche hasta el cannabis sativa-, es lo que resta luego de una evaporación hecha bajo determinadas circunstancias. Ahora, tanto en vinos como cervezas y aguardientes, el extracto seco es producto de su elaboración, sumado al añejamiento en vasijas de madera -que en el caso de los últimos es responsable del color ambarino de la mayoría de estos destilados.
Del artículo salta lo obvio, no es lo mismo la resaca de una tranca de vodka que una de cognac o de bourbon o fernet con alguna bebida cola -esta última con un castigo añadido por el pésimo gusto del borracho-. O sea, a mayor extracto seco de la bebida, mejor es su sabor -o peor, caso del abominable fernet con cola- y, también, más fuerte la resaca.
Los franceses le llaman a la resaca avoir la gueule de bois (tener la garganta de madera), los anglosajones hangover; pero además éstos últimos han acuñado una de las mejores definiciones para la resaca: "the morning after the night before" (la mañana siguiente a la noche anterior); cuando el más aleve ruido nos parece la erupción del volcán Krakatoa y el más ligero resplandor, una llamarada solar, en lugar de estómago tenemos una bolsa de gatos, la garganta de madera, y nuestro cerebro es demasiado chico para la caja craneana.
Que tratándose de resacas, no sólo las hay de bebidas alcohólicas; las palabras y los libros pueden tener muchos efectos colaterales. Tratándose de lecturas, como en las bebederas también hay congeners o congenerics. En lo personal -he pensado desde que leí el artículo sobre las resacas- me es imposible no relacionar a Faulkner con un bourbon que llena la boca con su regusto de centeno ahumado; no me imagino a Islands in the Stream de Hemingway sin los daiquiris sin azúcar de Thomas Hudson que eran algo así "como deslizarse en esquí por una pendiente nevada". Orhan Pamuk es el sabor del raki, esencia de anís e hinojo, y su primo griego, el ouzo, en Eurípides. Joyce trae, en vez de magdalena con el té de tila, el sabor y el cuerpo de una Guiness Stout; Mathías Enhard es fresco y burbujeante como un Brut Nature. La prosa de Vasili Grossman, es contundente y espíritu puro de alcohol, como un vodka sacado del freezer y espesado por la baja temperatura. Los desatinos del buen soldado Svejk, durante la guerra mundial de Jaroslav Hasek, como las irreverentes esculturas de David Cherny, tienen ese burlón inefable y polifónico sabor de esencia levemente dulzona con aromas de ciruela del Slivovitz -el incoloro-, compañero ideal de una Pilsner Urquell a la hora de tomar dos tragos simultáneos o, mejor, preparar un boilermaker checo. Ahora, curiosamente -y antes de leer a Matsuo Basho y a esa extraordinaria escritora, Murasaki Shikibu- Borges siempre me ha remitido a Yamoto Tsunetomo y al sake.
Ahora que esto de los congeners o congenerics de las bebidas, al igual que las lecturas tienen dos facetas. La primera es la de la night before, cuando uno las disfruta y asimila; otro el del morning after, la resaca. Pienso en un cuento de cierta consagrada pluma masculina nacional donde Martín Fierro termina siendo el bujarrón del bardaje Cruz -si es tan trasgresorzuelo, ¿por qué no la hizo al revés y el que entrega el anillito de cuero es Martín Fierro?-; y otra, de una consagrada pluma femenina nacional, que sigue esta huella irreverente de "subvertir el orden de textos fundacionales de la literatura argentina y reescribirlos", donde la esposa de Fierro termina siendo la China Iron, una lesbiana como para encabezar una gay parade; por no hablar de la obra del que muchos consideran el candidato argentino al Nobel de Literatura. Entonces sí, hay que tener mucho cuidado con los extractos secos, congeners o congenerics. Hay libros que pueden dar resacas peores y ser más dañinos que una borrachera de cerveza con cognac.
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