Las entregas anteriores de esta saga: De El Golem a Blade Runner 1 De El Golem a Blade Runner 2, De El Golem a Blader Runner 3, De El Golem a Blade Runner 4, y De El Golem a Blade Runner 5 conducen a distopías literarias y cinematográficas: robots e inteligencia artificial intentan subyugar al hombre. De esta sucesión de películas, una destacable es la de un director de trayectoria más espectacular que recordable: Terminator (1984) de James Cameron nos ubica en 2028; la inteligencia artificial Skynet, domina la tierra con máquinas y cíborgs; menos a un grupo rebelde liderado por John Connor. Skynet no puede ubicar a John Connor, entonces envía al pasado a un Terminator, cíborg asesino, para que mate a Sarah Connor, que sería madre de John, así su hijo no habría de nacer. Por su parte, John envía al pasado a Kyle, doncel de la edad de Sarah, para protegerla.
Glosando al Chapulín Colorado, John Connor bien podría haber dicho: "No contaban con mi astucia", porque, y aquí radica lo interesante y lo innovador del argumento, Kyle, en uno de los pocos momentos de reposo y relax, refugiados en un motel, siempre escapando del Terminator -que a esta altura de la película sólo le falta cargarse al cameraman-, poco antes de morir, hace por única vez, la pirogue congolaise con Sarah. Como consecuencia, y final de la película, el muertito Kyle resultará ser el papá de John. Aquí se acabaron sutileza y creatividad argumental de Cameron; del resto de su obra, maguer de taquillera, se podrá decir, ahora glosando al Lazarillo de Tormes: "no hay película de Cameron, por mala que sea, que tenga alguna cosa buena".
La idea, aunque carente de robots: que el protagonista viaje al pasado para que sus padres se casen, y de esta manera asegurar su existencia en el presente, fue copiada un año después ahora en una 'comedia ciencia ficción', en Regreso al futuro (1985). El protagonista vuelve años atrás y conoce a sus padres, en ese momento de novios, que tienen su misma edad, y debe hacer de Cupido. El toque freudiano, muy soft, lo da el hecho de que su madre, en esa época adolescente, bastante cargada de hormonas, casi se enamora de él; mejor: Edipo de Sófocles.
Así como Golems y Androides van evolucionando en el tiempo en sus génesis y mutaciones, los argumentos tramados en torno a ellos abren infinitas derivas, que terminan por dejar de lado la idea original. Dentro de esta sucesión de mutaciones otro ejemplo, muy interesante, es el caso del mito de Pigmalión, injustamente olvidado en esta analecta de criaturas mecánicas, orgánicas e inorgánicas. En el Canto X de Metamorfosis, Ovidio narra la historia del escultor que, ofendido por: "...los vicios que en muy gran número la naturaleza dio al alma femenina, vivía soltero sin esposa, y durante largo tiempo careció de compañera de lecho...". Finalmente esculpió en marfil blanco una estatua femenina.
Es frecuente -y hasta normal: lo cual lleva a que el narcisismo atrofie la autocrítica- que los autores se enamoren de sus obras. Pero Pigmalión, el escultor de Chipre, llegó a límites de fetichismo -mejor: parafilia- inéditos hasta ese momento en la mitología y la literatura: de acariciar a su estatua, pasó a dirigirle, requiebros amorosos, hacerle obsequios cada vez más caros, vestirla con finas túnicas y adornarla con joyas. En un paso posterior, la lleva a su lecho y "...coloca su cuello recostado en blandas plumas, como si tuviera sensibilidad...". Suerte para Pigmalión que su belleza era de marfil, no inflable o, las de última generación: de silicona símil piel. De lo contrario no habría llegado a constituir un tópico literario.
Hace un par de años leí en la sección de policiales de un diario el caso de un hijo que apuñaleó a su madre. El crimen ocurrió en un pueblito de la España profunda y el émulo de Orestes no lo hizo para vengar a su padre asesinado, sino a su muñeca inflable ultimada. Ocurre que la occisa, harta de ver como su hijo, en vez de salir a buscar trabajo, se pasaba todo el día, semidesnudo en la cama con su amada inflable y viendo películas pornográficas, le agujereó la muñeca con la brasa de un cigarrillo. Es un lugar común que las suegras sean agresivas con las nueras, pero esta vez las cosas pasaron a castaño oscuro; el novio furioso dejó el lecho y, en vez de salir a buscar un parche para su amor, literal y metafóricamente sin aliento, fue a la cocina a por un matricida cuchillo.
Pigmalión tuvo más suerte y el día anual de la fiesta de la diosa Venus en la isla, le dirigió sus plegarias. No atreviéndose a expresar su pedido de manera explícita, el escultor le dijo, palabras más, palabras menos: "Dioses, si podéis conceder todas las cosas, deseo que sea mi esposa" y, no atreviéndose a confesar "la joven de marfil" dijo "semejante a la de marfil". Como si fuera la autora de esta variante de las historias de Golems y Androides; Venus, viendo para qué lado iban los ratones de Pigmalión -más entretenidos que los bobos que siguieron al flautista de Hamelin- no sólo le concedió el deseo pedido sino que fue madrina de boda.
Lo destacable de este relato de Ovidio es que, en su obra, es el único caso de metamorfosis que no se produce de seres humanos a: piedra, plantas o animales sino a la inversa. La secuela de relatos y pinturas del mito de Pigmalión se multiplicó en artes plásticas, narrativa, música y teatro -en algunos casos llevadas al cine-. Una de las versiones más interesantes de toda la serie es la creación de una nueva mujer a partir de una mujer viva: Elisa -Liza- Doolittle; en la obra teatral Pygmalion (1913) de Bernard Shaw. En este caso se nos ofrece la variante argumental de la criatura que se rebela contra su creador, pero no en un entorno apocalíptico de destrucción o dominio sino en demanda de justicia y reconocimiento por parte de su inventor.
Sobre esta idea, reclamo de justicia por parte de criaturas artificiales, que en algunos casos recordarán a la rebelión de Espartaco, habrá de avanzar Philip Dick para dejar improntas narrativas todavía no superadas.
(Continuará)
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