Escucho por radio alguna versión de Te lo juro yo, de Miguel de Molina, una hipérbole contundente –¿qué hipérbole no lo es?–: "por ti contaría la arena del mar"; que, un poco más adelante, marca la fijación del letrista con los ojos "y que mis acais (ojos) / si digo mentira / se queden sin luz". No contento el narrador de la copla, da otro paso adelante cuando, en su demanda de amor le sugiere al –o a la– que lo despecha que lo lleve "por calles de hiel y amargura" y que le arroje a los ojos "un puñado de arena"; todo con tal de que lo quiera.
Otra canción melosa de Agustín Lara fatiga la hipérbole:
Acuérdate de Acapulco
de aquella noche
María Bonita, María del alma;
acuérdate que en la playa,
con tus manitas las estrellitas
las enjuagabas.
La hipérbole es la figura retórica de la exageración; y la lleva hasta los límites de lo verosímil. A tal fin suele apoyarse en comparaciones –o símiles– y metáforas. Esta característica de exageración suele ser aprovechada por difamadores, enamorados, políticos y pescadores. Con respecto al uso poético para desacreditar vaya un soneto modélico de Quevedo con el sugestivo título: A uno que se mudaba cada día por guardar a su mujer;
Cuando tu madre te parió cornudo
fue tu planeta un cuerno de la luna
de madera de cuernos fue tu cuna
y el castillejo, un cuerno muy agudo.
Otro uso de la hipérbole es el acto de fanfarronería puro y simple que antecede a un combate, donde cada uno de los contendientes empieza con una serie de autoalabanzas sobre su persona y linaje para avanzar con improperios contra los rivales y su prosapia. Los ejemplos abundan desde la Ilíada a los intercambios tan frecuentes –casi parte del espectáculo– en el pesaje de los boxeadores que antecede a la pelea. En la cultura indígena del noroeste de los Estados Unidos era frecuente el potlach, intercambio en las fiestas de regalos valiosos entre anfitriones e invitados que llegaba, en muchos casos, a la destrucción de propiedades y bienes. El objetivo era demostrar que se era lo suficientemente rico y poderoso como para prescindir de ellos.
Con respecto al uso de la hipérbole en las demandas de los enamorados Quevedo nos vuelve a dar en: Amor constante más allá de la muerte, un ejemplo que es un clásico;
Cerrar podrá mis ojos la postrera
sombra, que me llevaré el blanco día;
y podrá desatar esta alma mía
hora, a su afán ansioso linsojera.
Esta primera cuarteta del soneto se articula con otra figura retórica, una serie de hipérbaton magistralmente encadenados.
La figura retórica del hipérbaton consiste en alterar el orden gramatical, de las palabras dentro del discurso y es un recurso más utilizado en poesía que en prosa ya que facilita la rima y el ritmo. En el cuarteto de Quevedo mencionado vemos, en el fin del primer verso y comienzo del segundo: "postrera / sombra", cuyo orden lógico sería: "sombra / postrera". Esta alteración tiene como fin la rima del primer verso con el cuarto: "postrera" / "lisonjera". De la misma manera, el hipérbaton del final del segundo verso: "blanco día"; tiene como fin rimar con el tercero: "alma mía".
A propósito del poema de Quevedo sobre el amor hay otro poema de Lope sobre el tema que pugna con Amor constante más allá de la muerte, por ocupar el lugar de mis preferidos dentro de la poesía amorosa. Un artificio literario que remite al primor de la arquitectura de Borromini; una serie de reflexiones melancólicas, no siempre optimistas, sobre el amor, que se enlaza con hipérboles de sentido opuesto –a modo de contradicciones, tropiezos o balbuceos– ,dentro del mismo verso, apenas separadas por comas: "alentado, mortal, difunto, vivo", "enojado, valiente, fugitivo". Así el amor termina siendo, en la visión del poeta, veneno o licor; y su reflexión empieza en la hipálage con que comienza el primer terceto: "huir el rostro al claro desengaño":