En “Milagro secreto” leemos la reflexión sobre un drama en verso que escribe el protagonista: “Hladík preconizaba el verso, porque impide que los espectadores olviden la irrealidad, que es condición del arte”. El pensamiento es válido para interpretar la obra de Alfred Hitchcock, en particular, Con la muerte en los talones (North by Northwest, 1959), película cada día más contemporánea y que marcó, de allí en más, una estética.
Por un equívoco, Roger Thornhill (Cary Grant) se ve envuelto en una intriga internacional de espionaje, donde destellan el villano Phillip Vandamm (James Mason) y su banda, los servicios de inteligencia, y la rubia Eve Kendall (Eva Marie Saint), que es manipulada por los servicios de inteligencia. Roger, acosado por los malos y siempre esquivando la muerte, logra escapar de sucesivas emboscadas y atentados para, final feliz, quedarse con la rubia. La trama se arma en una cruza de thriller y comedia, concretamente, la llamada “comedia loca” (screwball comedy); el primero está dado por la presencia de un miedo sutil y constante, y el segundo, por el absurdo.
Cuentan que a los seis años, el papá de Afred Hitchcock lo envió a la comisaría del barrio con una carta para el jefe, en ella le pedía que encerrara a su hijo cinco minutos en una celda para que sintiera lo que le pasaba a los malos. La experiencia lo marcó en su manera de plasmar el terror que, con él, deja de ser el modelo gótico, de cuartos tétricos y callejones lúgubres, para instalarse en la vida cotidiana y a la luz del sol. En Con la muerte en los talones, los dos picos de miedo se dan cuando Roger es perseguido por un avión en un descampado a mediodía y en la fuga final, una noche de luna llena, en el Monte Rushmore.
La comedia loca se instala en lo irracional de la trama, casi un vacío, una historia que no existe, un thriller sostenido por escenas de violencia realizadas con elementos donde se evidencia que son de utilería, o protagonizadas por actores ostensiblemente ineptos. Así, un funcionario de la ONU es apuñalado por la espalda por un asesino que no sabe empuñar el cuchillo y lo arroja, oculto por unos cortinados, como si fuera un pitcher de béisbol que lanza la pelota. Dentro de este recurso, las escenas más desopilantes son la serie de disparos con balas de fogueo, que se suceden a partir del momento que Eve simula matar a Roger; la misma pistola es usada en dos oportunidades más por los villanos y con fines igualmente fallidos; pero, en una de las escenas finales, cuando el sicópata Leonard (Martin Landau), lugarteniente de Phillip Vandamm, está a punto de despeñar a Roger y a Eve, recibe, de un policía, dos disparos por la espalda. Roger, con cara de Cary Grant comediante, dice: “al fin balas de verdad”, a lo que Leonard, con cara de Martin Landau, replica “esto es poco deportivo”, para luego caer al vacío.
Con la muerte en los talones sigue siendo una película contemporánea por el discurso narrativo, el tratamiento de personajes y el uso de la cámara. Cary Grant ha sido el actor más elegante de la historia del cine, lleva traje y corbata como una segunda piel, solamente igualado por Steve McQueen en The Thomas Crown Affair y Daniel Craig como James Bond. No hay que olvidar la huella del dry martini que Roger Thornhill bebe profusamente, que será el cóctel favorito del double o seven ─y su marca de fábrica hasta el punto de crear una variante del mismo, el Vesper Martini─. Las similitudes y actualidad continúan: Phillip Vandamm, mezcla de malvado con humorista, contiene a todos los villanos de las películas que sobrevendrán, entre otros el de la primera de la serie de James Bond El satánico doctor No (1962, dos años después de Con la muerte en los talones). También en el uso de escenarios naturales famosos ─Monte Rushmore─, de allí en más, estas tomas como parte de la trama serán un recurso común a cualquier género cinematográfico. Escribo estas líneas y me acuden Balada triste de trompeta de Alex de la Iglesia con las escenas en la cruz del Valle de los Caídos y nuestra Pizza birra y faso en el Obelisco de avenida Nueve de Julio.
La genialidad de Hitchcock está en que él fue el primero en copiarse porque en Sabotaje (1942) la escena final ocurre en la Estatua de la Libertad. También con el personaje de la mujer manipulada por los servicios de inteligencia y llevada a prostituirse por “el bien de la patria”; en Notorious (1946) Alicia Huberman (Ingrid Bergman) es la heroína víctima, antecesora de Eve Kendall, también rescatada por Cary Grant ─ahora, T. R. Devlin─. Las escenas de protagonistas vistos de frente conduciendo automóviles descapotables mientras a sus espaldas desfila el paisaje comienzan en Rebeca una mujer inolvidable (1940) y se suceden en Notorious, Con la muerte en los talones, Vértigo (1958) y, en clave de parodia, en Para atrapar al ladrón (1955). Y digo en clave de parodia porque en Notorious, Alicia Huberman conduce ebria a toda velocidad sin que a T.R.Devlin se le mueva un pelo ni se le desacomode la corbata; ya en Para atrapar a ladrón, Frances Stevens (Grace Kelly) conduce un convertible a toda velocidad por senderos de montaña, escapando de un auto de policía y esquivando vehículos, pero a su lado John Robie, con su mejor cara de Cary Grant comediante, transpira frío, se acomoda nervioso el cabello y se seca las manos en las perneras del pantalón.
En Un día de furia de Joel Schumacher (1993), William Foster (Michael Douglas), es un divorciado que acaba de ser despedido de su empleo, causas de su frustración y rabia que lo precipitan a su muerte. Hacia el final de la película, escapando de la policía y una banda de pandilleros, William Foster se refugia en la tienda de rezagos de guerra de un supremacista blanco, éste cree que el perseguido, es racista como él, pero William Foster le dice que es víctima de malos entendidos y le recrimina su odio a judíos y negros; el supremacista saca una pistola y unas esposas para aprisionarlo y entregarlo a la policía. Pelean y William Foster le da una puñalada mortal con la navaja que le ha quitado a un pandillero. Sentado en el piso, la espalda apoyada en la pared, el agonizante supremacista se arranca la navaja, la mira y dice: “Esta no es de las que yo vendo”. Treinta y tres años después, remake de Con la muerte en los talones; en diálogo con Leonard, con cara de Martin Landau, cuando replica “esto es poco deportivo”.