Un proverbio de Louisiana en lengua creole dice: “El agua dormida mata gente” (Dileau dourmi touyé dimounde), versión concisa de nuestro: “Del agua mansa me libre Dios, que de la brava me libraré yo”. En ambos casos, aluden al peligro que ocultan las aguas calmas de los ríos ya que suelen encubrir en sus fondos hoyas y remolinos. Ya en otra lectura, ambos refranes advierten sobre las personas calmas que, a menudo, enmascaran, como el río, aparentemente tranquilo, carácteres sumamente irascibles y violentos.
Paul Groussac, en un trabajo sobre refranes castellanos nos anoticia que nuestro idioma es el más prolífico y variado en proverbios y adagios y ese espíritu, de antigua solera, se remonta a la recopilación del marqués de Santillana, Refranes que dizen las viejas tras el fuego, publicada en 1508 ─leí una antología en mis años de secundaria, fue el germen de mi pasión por los refraneros─. Esta afinidad de nuestro idioma con los proverbios se entrevé en textos fundantes de nuestra literatura que son, a la vez, antologías de refranes; en una breve reseña: La Celestina, el Lazarillo de Tormes, Guzmán de Alfarache, El Buscón, Don Quijote de la Mancha, El Criticón y, ya más cercano a nuestro tiempo, la obra de Perez Galdós. Una herencia que nos dejaron los españoles ha sido la afinidad, el cultivo y la pasión por crear nuevos refranes, que nos hermana, en las tres Américas hispanohablantes, de Argentina a México, y esta pasión nos fue legada junto con el idioma, como reflexionó Pablo Neruda: “Qué buena lengua heredamos de los conquistadores torvos… Estos andaban a zancadas por las tremendas cordilleras, por las Américas encrespadas, buscando patatas, butifarras, frijolitos, tabaco negro, oro, maíz, huevos fritos, con aquel apetito voraz que nunca más se ha visto en el mundo… Por donde pasaban quedaba arrasada la tierra… Pero a los bárbaros se les caían de la tierra de las barbas, de las herraduras, como piedrecitas, las palabras luminosas que se quedaron aquí resplandecientes… el idioma… Se llevaron el oro y nos dejaron el oro… Se lo llevaron todo y nos dejaron todo… Nos dejaron las palabras”; yo agregaría: “y los proverbios”.
Casi siempre un refrán es el resumen de una historia, o una historia condensada en una sentencia ─como la moraleja de una fábula─ de allí su difusión en todas las culturas; y a veces ni siquiera es necesario el refrán completo, basta con una alusión al mismo. Hace años, a raíz de alguna barbaridad de las que acostumbraba a decir el presidente Sarkozy, uno de sus adláteres, intentando mejorar lo que había dicho ─por estos andurriales se acostumbra a decir: “lo citaron fuera de contexto”, o “me citaron fuera de contexto”─ lo terminó de enterrar. Un periódico satírico aclaró que esta ayuda había sido para Sarkozy “el adoquín del oso” (le pavé de l’ours). Luego de varias vueltas caí en la cuenta que hacía alusión a la moraleja de una fábula de Lafontaine: un oso solitario y tonto empieza a seguir a un viejo jardinero, igualmente solitario, y se dedica a espantarle moscas y mosquitos, una tarde que el jardinero dormía la siesta recostado a la sombra de un árbol, un mosquito se posa en su nariz, el oso no puede espantarlo y, desesperado, agarra un adoquín (pavé) y lo estrella contra la nariz, mata al mosquito y al jardinero; la moraleja: “nada es más peligroso que un amigo ignorante, más valdría un enemigo sabio”.
A propósito de adoquines y proverbios, muchos son comunes a varios idiomas así “el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones” tiene sus equivalentes en inglés y francés, otro tanto pasa con “aves de la misma pluma vuelan juntas”. Muchas veces, un proverbio cambia de sentido al ser reinterpretado o recontado, así el agresivo “ave de paso cañazo”, que alude al forastero al que se puede estafar impunemente, cambió por nuestro amigable “de paso, cañazo”, que alude al hecho de que, cuando se realiza un trabajo o conciliación, se aprovecha para arreglar otros desperfectos o falencias.
Muchas veces los proverbios y las citas se hermanan o amanceban ─¿qué otra relación que no sea “ilegítima” o “clandestina” pueden tener entre ellos?─. Por eso, aparte de proverbios colecciono citas; en el caso de películas, muchas de ellas se pueden resumir en una sucesión de breves citas, así pasa en Casablanca, de la que atesoro dos. La primera, cuando el comisario Louie le pregunta a Rick por qué había ido a Casablanca y la respuesta: “Por el amor de dios, ¿qué lo trajo a Casablanca? / mi salud, vine por las aguas (termales) / ¿aguas, qué aguas?, estamos en el desierto / me informaron mal”. La otra, la del final cuando Rick se aleja con el comisario: “Louie creo que es el comienzo de una bella amistad” (Louie, I think this is the beginning of a beautiful friendship). De manera análoga, en El Padrino hay una que se repite un par de veces en boca de Don Corleone: “Le voy a hacer una propuesta que no podrá rehusar” (I'm gonna make him an offer he can't refuse) y que vibra en la misma frecuencia de un proverbio que singla los mares literarios de Refranes que dizen las viejas tras el fuego, Guzmán de Alfarache y Don Quijote de la Mancha: “Dádivas quebrantan peñas”.
Luego de la lectura que hicimos en la secundaria de la antología del marqués de Santillana, empecé un juego ─mejor, ejercicio literario─ cuya práctica mantengo hasta hoy, y es cambiar o cruzar los sentidos de un refrán, la primera experiencia fue con: “cuando la limosna es grande, hasta el santo desconfía” y “en casas de herrero, cuchillo de palo”, de donde surgió “en casa de herrero, hasta el santo desconfía”; años después, hojeando libros en la mítica librería The Strand en Nueva York, vi un cartel con una reflexión de Mark Twain donde me había ganado de mano: “El camino del infierno está empedrado de proverbios” (The Road to Hell is Paved with Proverbs). Pero, siglos antes, Mateo Alemán nos ganó de mano a los dos en su Guzmán de Alfarache.
Un viejo proverbio español dice, refiriendo a los suertudos: “Cuando Dios nos quiere bien, la perra nos pare lechones”, entendiendo que el colmo de la buena suerte de un campesino español es tener muchos cerdos. Dice Guzmán de Alfarache: “A nosotros los pobretos, la cerda nos pare gozques”; o, como diría Gracián en Agudeza y arte de ingenio: “Inútilmente dan gritos, sujetos mal escuchados, que el que ha de ser desdichado, entre los remedios muere”.
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