En Retrato del artista adolescente, de James Joyce, vemos cómo, en la infancia de Stephen Dedalus, por las tardes, leía y releía un ajado ejemplar de la novela El conde de Montecristo (1845) de Alejandro Dumas y, por las noches, empezaba a construir con recortes de revistas, papel de regalo y papel dorado y plateado –envolturas de chocolates–, la cueva de oropel de la gruta de la isla Montecristo. Primero Stephen era Edmundo Dantés, en Marsella, junto a su prometida Mercedes. Terminado el decorado, Stephen se veía en París, adulto y desencantado, en el invernadero de la amada, que lo había despreciado; ahora, Edmundo Dantés es el conde de Montecristo y Mercedes es la condesa de Morcef que le tiende un racimo de uvas moscatel. En sus recuerdos literarios de infancia Stephen ya es dos: joven y adulto simultáneamente.
En el prolífico universo narrativo dos escritores del siglo XIX han dejado un par de personajes arquetipos; Víctor Hugo, en Los miserables: al inspector Javert, tenaz e implacable perseguidor de prófugos de la ley, sin cuestionarse si realmente son culpables. Setenta años después de Los miserables, en la versión cinematográfica de El fugitivo (1993), al borde de la catarata y un salto al vacío espectacular, Richard Kimble ─interpretado por Harrison Ford─ le dirá al comisario Samuel "Big Dog" Gerard ─interpretado por Tommy Lee Jones y reencarnación de Javert─ “yo no maté a mi esposa”, a lo que “Big Dog”, con las esposas en una mano, responde: “no me importa”.
Por su parte, Edmundo Dantés es todos los que, ante errores de la justicia la toman por su propia mano y se vuelven vengadores. Para la RAE, venganza (del latín vindicare, con el mismo significado) es: “tomar satisfacción de un agravio o daño”; a su vez el verbo vengar viene del latín vindicatio (reclamar justicia o castigo). En la sociedad, los jueces se encargan de que se haga Justicia, con mayúscula: la alegoría es una estatua con una balanza en la mano y los ojos vendados; pero en el mundo la Justicia suele tener un olfato increíble para detectar de qué lado están los poderosos y, como tiene los ojos vendados, suele dictar sentencia para el lado equivocado. Es allí donde se da la metamorfosis de Edmundo Dantés para lograr su reivindicación (del latín rei vindicatio = vindicación de una cosa).
Sesenta y nueve años después de El conde de Montecristo, Edmundo Dantés reencarna en Simón Fisher ─interpretado por Ricardo Darín─, alias “Bombita”, el personaje del relato homónimo de la película Relatos salvajes (2014) quien se toma la justicia en sus manos, en contra de la Justicia que ha sido responsable de que pierda su trabajo, que la hija lo desprecie y la esposa le pida el divorcio.
La justicia por mano propia nace con la tragedia griega y con Ulises cuando regresa a Ítaca. Pero no sólo la venganza: los avatares de Prometeo y Sísifo han reencarnado a lo largo de la historia infinidad de veces, con otros rostros y distintas circunstancias. También otras parábolas, como la de Gulliver, viajero que en distintas geografías es un gigante o un enano, o descubre un mundo donde los caballos se comportan como humanos civilizados y los hombres son bestias irracionales. O la demanda de eterna juventud que le fue solicitada por Eos (Aurora para los romanos) a Zeus como don para su amado Titono. Titono reencarnará en El retrato de Dorian Gray de Oscar Wilde y, en la actualidad, en cirugías estéticas, fundas dentales y bótox. Como Titono, el paso del tiempo terminará con Dorian Gray y las cirugías estéticas, bótox y fundas dentales, transformando en caricaturas a otrora bellas y bellos que no se resignaron a envejecer con dignidad.
También, como Titono y Dorian Grey, asistimos a nuevos valores estéticos o éticos para la relevancia cultural; los funerales de Amado Nervo en México y, antes, Víctor Hugo en Francia convocaron a multitudes, que terminaron asistiendo al velorio de la otrora “mano de Dios”. Julio Cortázar, Carlos Fuentes y José Saramago fueron, con sus declaraciones ─no siempre acertadas ni pertinentes─, referentes de peso en la sociedad; y antes, con los rechazos y adhesiones que despertaron sus declaraciones y posturas: Camus y Sartre; Yo acuso de Zola sigue siendo un modelo vigente. Hoy somos espectadores de otras instancias de injusticia poética, lectores que no han transitado por La ciudad y los perros, La casa verde y Conversación en La Catedral, lapidan a Mario Vargas Llosa y su obra por ideas políticas; como otrora lo hicieron con Jorge Luis Borges, también sin leerlo, comunistas y peronistas; los unos por derechista, los otros por antiperonista.
Aunque parezca simplista, se puede afirmar que la valorización de la opinión de artistas e intelectuales se ha desplazado a la de figuras mediáticas, actrices y actores mediocres, influencers y deportistas. Youtubers, instagramers o tiktokers convocan más lectores de lo que otrora lo hacían escritores o ensayistas. Vuelvo Stephen Dedalus y a El conde de Montecristo.
Llegaba la hora de cenar, Stephen repetía aquellas palabras de Edmundo Dantés, ahora conde de Montecristo, en momentos en que su venganza está, en parte, consumada; Stephen desarma su isla con la cueva de oropel de la gruta de la isla Montecristo; mientras, guarda la utilería en una caja, se ve adulto y vuelve al invernadero de la condesa de Morcef, ella le tiende un racimo de uvas moscatel, él las rechaza con elegancia: “Señora, le suplico que me disculpe, pero nunca como moscatel”, se dice Stephen en voz alta. Lo parafraseo: “señores, no leo literatura ni ensayos de figuras mediáticas, influencers, instagramers, tiktokers ni youtubers.”
Stephen Dedalus que en Retrato del artista adolescente se vio de niño y de adulto reencarnará en otra obra del autor, Ulises, de nuevo como Stephen Dedalus ─Joyce joven─ y Leopold Bloom ─Joyce viejo─. Y la novela recreará la travesía de Odiseo, ahora en Dublín en 1904, y los diez años serán veinticuatro horas. Una añeja parábola reencarna en un relato nuevo. Los dos añejos y eternos. Como la injusticia y la venganza poéticas.
Como la injusticia del Premio Nobel negado a James Joyce y a Borges.
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