El Almanaque del pobre Ricardo

Reviso el cuaderno donde registro “probables notas futuras”. Dos referencias me parecen apropiadas, de hace ocho años, postergadas para que el tiempo ponga distancia y que no se identifiquen con hechos recientes de personas conocidas.

Ambas cortadas a medida según una sentencia de Benjamín Franklin, si bien él se refirió a las pavadas que uno puede decir cuando habla –más grave si las escribe– las palabras vuelan, los escritos permanecen (verba volant, scripta manet).

Primero la dama, compatriota, escritora, crítica literaria y asesora editorial. En una contratapa del El País habló de su viaje por Sicilia, Nápoles, Florencia y Roma. Tuve sana envidia por los lugares que visitó, pero sólo registró una única y huérfana impresión de Florencia: “una ciudad frígida, falsa”. Recorro nuestras vivencias de la ciudad reconstruidas por lo registrado en mi diario.

Dejo de lado íconos culturales conspicuos de Florencia, rescato una jornada de larga caminata y las fotos resultantes. Nuestro recorrido, con la Bella, empezó cruzando el Ponte Vecchio, adentrarnos por calles zigzagueantes, mimetizándonos con la “arquitextura” de construcciones medievales, vistas panorámicas del Forte di Belvedere y el Piazzale Michelángelo, para finalizar en la Chiesa di San Miniato al Monte. Recorrido sazonado por vistas del resto de la ciudad, el Arno y los puentes. De regreso al hotel, helados únicos que se encuentran en la Via del Corso.

En Roma, la mentada compatriota se “expone a los cuadros y las ruinas”, pero “no puede sentir nada”; en Santa María del Popolo vio La crucifixión de San Pedro “ni siquiera sabía que estaba allí”; será por eso que pasó por alto otro Caravaggio muy interesante que está justo al frente: La conversión de San Pablo –cuadro al que Picasso rindió homenaje en su Guernica; esto lo dice cualquier guía del museo Reina Sofía–. En el barrio de Santa María del Popolo, la dama no subió al Pincio ni vio, desde sus terrazas, una de las más bellas panorámicas de las otras seis colinas de la ciudad. De las fuentes, no habló, pese a, según su escrito, “estaba en la ciudad de las fuentes”, de ellas rescato cuatro, una por esquina, en la Via delle Quattro Fontane, a metros de la iglesia de Borromini; solo visitarla justifica viajar a Roma.

En la segunda nota separada, el compatriota escritor dijo en una entrevista de su progenitor: “Mi padre, para asegurarse de que no escapáramos de la lectura, se negó a comprar un televisor durante nuestra infancia”. En un libro donde recopila sus notas y ensayos, vuelve sobre este tema del papá lector. Pienso en variaciones estéticas posibles i.e.: “mi padre, para asegurarse que no pudiéramos escapar a la maravilla del séptimo arte, mermó la compra de libros y nos hacía ver sólo películas de Bergman, Eisenstein, Jarmusch y Wenders durante nuestra infancia” o “mi padre, para asegurarse a que no escapáramos al valor supremo de la música, se negó a comprarnos libros y revistas y nos hacía escuchar a María Callas, Caruso, Yma Sumac, Pavarotti y Kiri Te Kanawa todos los días”. A ver, que esto de leer, pintar, música, ver cine o hacer encaje de bolillos, si un uno quiere escapar de presencias autoritarias que imponen gustos es como advierte Ney Mattogroso en la canción Homem con H: “Si corrés el bicho te agarra / Si te quedás el bicho te come” (Se correr o bicho pega / Se ficar o bicho come).

Este tema me toca de manera particular porque mi padre, que además era estalinista de pata negra, aplicó una pedagogía semejante con la lectura. Con valor agregado: para él las historietas eran un invento del imperialismo yanqui, para embrutecer lectores, si me encontraba leyendo alguna la rompía; cuando yo alegaba que era prestada la respuesta era: “ahora tus amigos aprenderán a no prestarte estas porquerías”. Terminé leyendo historietas en casa de unos vecinos donde también veía series de televisión. Sigo fanático de los culebrones, también de Will Eisner, Milton Canniff y Hugo Pratt.

Otra referencia del cuaderno de “probables notas futuras”, en relación con las glosadas.

Por un quítame de allá esas pajas, crítica literaria y asesora editorial, y el caballero se cruzaron en un par de notas. El casus belli: un artículo de ella sobre “escritores de best sellers y escritores de culto”, sus opiniones recopiladas de escribidores best sellers y frequent travellers de suplementos literarios y programas de TV son excelentes. Por su parte, el escritor hijo de padre leído y no incluido por la dama dentro de ese exclusivo y elitista club, replicó al tono. En la respuesta argumentó que él debe ser considerado como autor de best sellers anche como “escritor de culto”. Tesis, antítesis y síntesis hegelianas de café. Mi reflexión acerca de las opiniones de la dama sobre arquitectura y arte en Florencia y Roma, es como dice un dicho de mi provincia “si no sabís, pa’ que te metís”. Del autor de best sellers anche “escritor de culto”, la luz del entendimiento me hace ser comedido.

Entre 1732 y 1758, Benjamín Franklin publicó el Almanaque del pobre Ricardo (Poor Richard’s Almanack), de edición anual firmado con el seudónimo de Poor Richard, en las colonias británicas de Nueva Inglaterra vendía 10.000 ejemplares por año; verdadero best seller de la época. Incluía, aparte de informaciones, aforismos y refranes, muchos aún en uso: “El corazón del necio está en su boca, pero la boca del sabio está en su corazón”, “La mala poesía y los nuevos títulos de honor ridiculizan a los hombres” y “Mejor quedarte callado y que sospechen de tu necedad, que hablar -y, esto lo agrego yo: escribir- y quitar cualquier duda”.

Es saludable para la creatividad encaramarse en la cumbre del ego y adornar el vuelo de nuestro arte y escritura con plumas ajenas.

Con una moraleja Vila-Matiana: “Si quieres hacerte el Roberto Arlt o el Fogwill para épater les cons con lo que escribes, fíjate bien a quien vas a imitar. No elijas como modelo a Pablo Katchadjian, la China Iron o Sergio di Nucci porque te vas a dar una piña”.

 





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