Uno de mis esquemas narrativos favoritos es la prolepsis o anticipación, esta es una figura retórica que consiste empezar el relato por el final en vez del esquema secuencial principio (ab initio), medio (in media res) y final (in extrema res). Y la prolepsis es mi esquema narrativo favorito porque, en el caso de la lectura de una novela policial lo que me interesa es el desarrollo de la atmósfera narrativa, no el suspenso de saber si el asesino es el portero o el ama de llaves o el mejor amigo del muerto o el peor o el que nadie esperaba. Demasiadas incertidumbres que me hacen leer mal y a las apuradas. No soy devoto del género policial, pero si se da el caso, empiezo el libro por las últimas páginas y luego sigo tranquilo por el comienzo. Aunque, pensándolo bien, también hice lo mismo de adolescente cuando, por la mitad de Orgullo y prejuicio salté al final del libro para saber si lo de la señorita Elisabeth y el señor Darcy teminaba con la marcha nupcial. Y ahora recuerdo que también lo hice con Feria de Vanidades, y con Nuestra señora de París. Y también lo hice este año ni bien empecé a sumergirme en Nos vemos allá arriba así es que en capítulo 9 salté al capítulo 42 -el problema es que el libro no tiene índice, así que debí hojear las últimas 30 páginas- el último y de allí al epílogo. Pero… al leer el capitulo 42 me enteré de la existencia de Pauline, que no había aparecido todavía en el capítulo 9. ¡Chapeau! al ardiloso Pierre Lemaitre que me tendió una trampa más artera que la que le tendió Red Scharlach a Lonrröt. Y ya que de sombreros hablo, veo que no siempre empezar un libro por el final sea la solución sino más bien aceptar otro desafío, I toss my hat into the ring. Porque todo desafío lleva implícita la posibilidad de una derrota o de un empate y, como decía mi profesor de judo cuando era adolescente, “lo importante es ganar, no competir”; por eso lamento que no haya muchas novelas que comiencen por el final, quizás el Tristam Shandy se podría tomar como un intento para nada descabellado. De donde concluyo que, para un ansioso no hay nada mejor que los relatos que eligen la técnica de la prolepsis, de los cuales intentaré hacer mi breve antología.
El primero que me acude es el del segundo duelo del Martín Fierro: luego de una breve descripción del boliche y la llegada provocadora del guapo que “a la llegada metió / el pingo hasta la ramada” y continúa con sus atropellos, pero “¡Ah pobre, si el mismo creiba / que la vida le sobraba! / Ninguno creiba que andaba / aguaitandolo la muerte”. Pero, dentro del género policial puro ninguna prolepsis tan inesperada como aquella de La muerte y la brújula: “Es verdad que Eric Lönrrot no logró impedir el último crimen, pero es indiscutible que lo previó.” Aunque todavía más contundente sea este comienzo: “Una mañana de junio de 1872, temprano, asesiné a mi padre, acto que me impresionó vivamente en esa época.”, estas líneas de Ambroice Bierce en su comienzo de Una conflagración imperfecta, van más lejos todavía y terminan por ser un microrrelato, es más se podría cerrar con uno de los probables finales que alguna vez sugirió Horacio Quiroga en su Manual del perfecto cuentista: “El cuento concluye aquí. Lo demás, apenas si tiene importancia para los personajes.” Veamos: “Una mañana de junio de 1872, temprano, asesiné a mi padre, acto que me impresionó vivamente en esa época. El cuento concluye aquí. Lo demás, apenas si tiene importancia para los personajes.” ¡Perfecto! Y, ahora que escribo estas líneas, también veo que la prolepsis no necesariamente deber figurar al comienzo del relato, puede aparecer en el medio, de cualquier manera su efecto siempre es fuerte y sacude porque anticipa un final que no siempre es el que uno puede desear.
Lamentablemente, y ahora que lo veo, no hay muchas novelas con relato en prolepsis. Aunque algo semejante puede entenderse en la extensa descripción de los capítulos de las novelas que se publicaban primero por entregas. Quizás por eso siempre vuelvo a transitar por las novelas de Julio Verne, cómo no citar en estos recuerdos el primer capítulo de La isla misteriosa: “Capítulo 1. El huracán de 1865. Gritos en el espacio. Un globo arrastrado por una tromba. La envoltura desgarrada. Nada más que el mar a la vista. Cinco pasajeros. Lo que ocurra en la barquilla. Una costa en el horizonte. El desenlace del drama.” Una delicia, por eso, antes de escribir estas líneas, ya había decidido trabajar en mi próxima novela -en eso ando- con un índice y un comienzo de capítulo siguiendo el modelo de La isla misteriosa. Porque, después de leer esta síntesis al comienzo de cada capítulo uno no tiene ideas adonde viaja y disfruta del viaje tranquilo y sin neurosis. In altre parole, la prolepsis nos evita una cita a ciegas con el texto. Siempre hablando del mundo de la literatura.
Porque hay otros relatos con prolepsis que son de rilar, sobre todo porque el público que lo consume ya no es un lector, inquieto o no, que disfruta o sufre -que los masoquistas forman una tribu muy grande dentro del universo de los lectores-. Me refiero a ciertos discursos políticos en los cuales hay que tener muchas agallas para recurrir a la prolepsis y pienso en aquella famosa frase de Churchill en su discurso del 13 de mayo de 1940 en la Cámara de los Comunes: “I have nothing to offer but blood, toil, tears and sweat. We have before us an ordeal of the most grievous kind. We have before us many, many long months of struggle and of suffering.” (No tengo nada que ofrecer sino sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor. Tenemos ante nosotros una ordalía muy penosa. Tenemos ante nosotros muchos, muchos largos meses de lucha y de sufrimiento). De poner los pelos de punta.
Y para ponerme los pelos de punta y quedarme despierto hasta tarde, prefiero releer La pata del mono. Porque la vida cotidiana sería una falacia permanente, caótica e insoportable, si la realidad que cada lector encuentra en su viaje por un libro no le diese coherencia. Y con esta última frase me estoy autoplagiando.
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