12 de marzo, sábado. Teldy y Walter, nuestros vecinos partieron ayer por una semana a México, es su costumbre no avisarle al diariero que les deje de enviar el periódico todos los días y, como es rutina, nos encargaron que les regáramos las plantas y que nos quedemos con sus diarios. Así, acabo de leer en un suplemento de un "afamado matutino" un artículo que me llama la atención, habla sobre las especies invasoras, que no siempre son perjudiciales. Paso por alto el título de la nota y nombre de la autora, pero no puedo dejar de pensar en la verdad de Perogrullo del tema, en nuestro país y en América no había ni vacas, cerdos ni caballos -los gauchos, huasos, paso fino peruanos, llaneros colombianos y venezolanos, charros mexicanos y cow boys son el resultado de la especie invasora Equus caballus-. En contrapartida, en Europa, Africa y Asia no se conocían, el tomate, la papa, el maíz, el tabaco, el ají ni los cactus. El término sabra, con el cual los ciudadanos de Israel se refieren a los nativos nacidos antes de 1948 -y, por extensión, a todos los nacidos en Israel-, hace alusión a la tenacidad de su carácter al cual identifican con una planta, cuyo fruto espinoso tiene un interior dulce. La susodicha fruta proviene de una cactácea originaria de América -Opuntia ficus-indica- y es nuestra tuna o higo chumbo. De donde, sin ese prestigioso cactus -afincado en toda la cuenca mediterránea y Asia Menor-, los sabras se tendrían que haber buscado otro autoetnónimo ecológico para identificarse. Vuelvo a este artículo medio cateto, lo que rescato de él es un concepto: xenóbofos biológicos o xenófobos ecologistas, que alude a los ecologistas puristas o fundamentalistas, que todos los puristas y fundamentalistas son un dolor de cojones. Porque si bien Quevedo nos advierte contra los malos libros, el Lazarillo de Tormes y el Guzmán de Alfarache lo refutan con aquello "no hay libro, por malo que sea, que no tenga alguna cosa buena", entonces los gloso y digo que "no hay artículo periodístico por malo que sea, que no tenga alguna cosa buena". In altre parole, hay muchísimos más lectores malos que libros malos, estos últimos, siguiendo criterios biológicos ya estudiados por Darwin desaparecen por simple selección natural; por desgracia no suele pasar lo mismo con algunos malos lectores, que viven lo suficiente para hacer tanto o más daño que las especies invasoras en ciertos ecosistemas. Y volviendo al artículo de marras veo que por lo menos me ayudó a reflexionar sobre otras variedades de xenofobias. Una de ellas la xenofobia lingüística.
Porque al momento de sentarme a escribir estas líneas tengo presente varias discusiones con un conocido periodista y traductor que habla barbaridades de los libros traducidos en España, es una modalidad muy nacional y popular de defender lo nuestro, nuestro español rioplatense. Carajo, soy mendocino y viví los años de la última dictadura en Brasil antes de radicarme en Buenos Aires, eso me coloca al margen de ese español rioplatense, por no hablar, entre otros, de cordobeses, salteños, misioneros o pampeanos. Uno de los primeros libros que leí este año, El hombre que amaba a los perros me trajo el valor agregado de algunas expresiones cubanas; ¿en la opinión de los más fundamentalistas defensores de la pureza de nuestro español rioplatense, debería ser reescrito?. Esto me hace recordar que en 1999 la gente de La Jornada Semanal de México se mostró interesada en publicar una entrevista que le había hecho a Fogwill, les di una copia en papel que fue reproducida en julio de ese año pero "traducida al chilango", y enfatizo en el chilango porque no conozco los suficiente México como para afirmar que todos sus habitantes hablen como los del ex DF. De donde veo que la secta de los xenófobos lingüistas tiene sus filiales por todas partes. Pero, inmediatamente de atragantarme con el artículo medio cateto de los xenófobos biológicos, leí en el suplemento Babelia el artículo "El español de la A a la Z", donde 27 escritores y académicos hispanohablantes de distintas nacionalidades reflexionan sobre el significado de otras tantas palabras, una por cada letra del alfabeto. Por eso un poco más relajado confieso mi pecado inconfeso, me encanta leer los sábados y domingos la edición en papel de El País, el domingo lo primero que hago es ver la viñeta de El Roto y leer la columna de Manuel Vincent lápiz en mano, es difícil que la termine sin haber subrayado algunas palabras o expresiones que, de inmediato, busco por internet en mi smartphone, muchas veces debo googlearla y de ese googleo voy saltando a links, que muchas veces me llevan a blogs o nuevos sites. Cuando tengo la definición que me parece correcta la anoto en el margen del diario y, después, en mi cuaderno donde registro las palabras nuevas que voy aprendiendo y al que llamo mi Diccionario caótico desordenado alfabéticamente. Porque no hay nada que me dé más ternura que las palabras y expresiones idiomáticas desconocidas o extrañas, trato de comprenderlas y aprehenderlas, las cuido, las apapacho, las adopto como a mascotas. No voy a vivir para verlo pero he vivido lo suficiente como para sospecharlo, dentro de 50 o 60 años las variedades locales que hablamos los hispanoahablantes de todo el planeta podrá devenir en una Ursprchache que englobará a todas; para formar una nueva Ursprache. Algunas de las mascotas que albergo en mi Diccionario caótico desordenado alfabéticamente vivirá más que yo para verlo, quizás tenga la posibilidad de aparearse con otras para engendrar nuevas vigorosas y prolíficas mestizas.
|