Hace un par de meses vengo incubando la idea de abrir una sección en mi página destinada a reseñas o comentarios de libros, no necesariamente de novedades. Es más, en la medida de lo posible, el proyecto es bojear novedades o primeras ediciones -como principio me parece valioso, aunque siempre fui partidario de que "el mejor principio es no tener ningún principio", me gusta la frase, podría usarla como divisa para mi escudo o, mejor, un ex libris que, en la heráldica de los lectores, es nuestro escudo nobiliario-. Este principio surge de seguir aquel consejo de Horacio Quiroga: "No escribas bajo el imperio de la emoción. Déjala morir, y evócala luego. Si eres capaz entonces de revivirla tal cual fue, has llegado en arte a la mitad del camino". En buen romance, si dos o tres años después de haber leído un libro me sigue pareciendo interesante, ese es un buen aliciente para escribir sobre él. De inmediato tuve el título para esa sección de mi página, Homo legens, nombre que pedí prestado de un artículo de Bolívar Echevarría, al cual llegué el año pasado, luego de, en razón de no sé qué búsqueda en la Mar Océana de la web, abrí el odre de los vientos y nunca llegué a Itaca, pero desembarqué en Homo legens.
Para este proyecto tengo a mano un archivo interesante, producto de mi personalidad obsesiva y ansiosa, que recién ahora mostrará cómo ciertas monomanías pueden ser de utilidad si uno sabe ser paciente. Porque a partir de agosto de 1976, al comienzo de nuestro exilio en Brasil, empecé a registrar los libros que leía en un cuaderno Rivadavia de 100 hojas cuadriculadas -y ahora que lo vuelvo a ver está "fané y descangayado", al decir de los hemanos Discépolo cantados por Gardel; pero no "solo"; bien acompañado está en una biblioteca junto con otros cuadernos-. Y el hecho de hojear ese cuaderno a medio llenar, en momentos en que me pongo a escribir estas líneas, es recorrer cuarenta años de lecturas y de cambio de hábitos de escribir, porque no puedo recordar en qué momento me mudé a los cuadernos de hojas lisas.
Cuando compré mi primer ordenador abrí un archivo Word donde pasé esas lecturas poniendo un salto de página en cada año y sumando los libros leídos. En casi cuarenta años de registro sé que llevo leídos hasta hoy, 5 de junio de 2016, 2218 libros - no incluye resúmenes, revistas, diarios, Internet, documentos, PDF; también debería haberlos registrado-. Puede ser mucho o poco, tanto da. Pero lo importante de este inexplicable hábito, es que me permite algunas búsquedas bibliográficas al momento de escribir. Desde que aprendí a leer lo hago por "influencias"; cuando un escritor me interesa, de inmediato leo su biografía y otros libros que ha escrito, también autores al que éste se refiere. Con el paso de los años, cuando puedo, también leo a los críticos que han analizado la obra de un autor que me interesa. Así supe, luego de devorarme Un escritor en guerra, la recopilación de escritos periodísticos y notas de Vasili Grossman realizada por Anthony Beevor y Luba Vinagradova -la leí en el 2007, y supe que compraría todo lo de Grossman que pudiese conseguir-. En enero de 2008 le llegó el turno a su novela océano Vida y destino; pero, me enteré que, antes de resolver escribirla, mi amigo Vasili le había contado a su padre en una carta, en 1942, de su decisión y que había incubado ese proyecto luego de pasar el último año como corresponsal de guerra en primera línea con un solo libro: La guerra y la paz, que releyó cuatro veces. Con una locura a lo Quijano, me tomé en serio su experiencia y, antes de arrancar con Vida y destino, seguí sus pasos, me llevó menos de tres obsesivos días releerla -según mi archivo, leí por primera vez La guerra y la paz en 1985.
Por eso me identifico como un homo legens y lo aclaro citando a Bolívar Echevarría: "El homo legens no es simplemente el ser humano que practica la lectura entre otras cosas, sino el ser humano cuya vida entera como individuo singular está afectada esencialmente por el hecho de la lectura..." Que los hay Quijanos, que se tomaron en serio a los libros de caballería y que los hay Schliemans que leyeron La Ilíada y Odisea como registros históricos. Que los hay como Montag. Pienso en el homo faber y, a riesgo de meterme en un mar de los sargazos teórico político, concluyo que los castores construyen diques; las ratas almizcleras, túneles subacuáticos; las abejas, panales. Pienso en el homo ludens y, a riesgo de llevarme por delante un iceberg teórico crítico, recuerdo que el mismo Huizinga cuenta que también los animales juegan. No me los imagino a los faber o ludens del reino animal -vertebrados o invertebrados- leyendo.
En un artículo publicado en el New York Times en 2010 y reproducido en La Nación el 30 de octubre de ese año con el título "Ahora la ignorancia es chic", la columnista Maureen Dowd destroza al Tea Party y su estrella ascendente, la australopiteca Sarah Palin quien, en su campaña electoral, se jactaba de su militancia en la NRA, y de su ignorancia y, entre otras animaladas, reconoció que no sabía qué había sido el Tea Party ni tampoco supo dar el nombre de los "padres de la patria" a los cuales aludía en sus mitómanas y racistas soflamas en contra de Barak Obama. Por eso identificarme como un homo legens ya es una decisión ideológica -aunque, pensándolo bien, "La mejor ideología es no tener ideología", también me gusta como divisa para un ex libris-. Y para eso me coloco bajo la invocación quevediana por aquello de: "Retirado en la paz de estos desiertos, / con pocos, pero doctos libros juntos, / vivo en conversación con los difuntos, / y escucho con mis ojos a los muertos." Y también de nuestro Martín Fierro en sus versos finales: "No se ha de llover el rancho / En donde este libro esté."
Alguna vez fui niño y, cuando leí el Martín Fierro -quizás el libro que más veces he leído en mi vida-, no llevaba registro de lecturas; pero sé que fue en la primaria. Junto con esa primera lectura supe que yo había nacido el mismo día que José Hernández y quise ser escritor. U homo legens, que es lo mismo.
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