Cuando escribí sobre Stieg Larsson y su trilogía, la saga Milenium, me hizo clic en la memoria Los misterios de París de Eugène Sue; resolví dejar ese libro para otra nota.
Esta madrugada, 17 de julio, acabé de hojear la novela de Sue; horror, amortajada en un folio de plástico; sorpresa, tres antiguas fichas de cartulina rayadas, no me recordaba de su existencia, con anotaciones sobre los caracteres de los personajes, un resumen del argumento y de los capítulos más importantes, y me hizo clic en la memoria otro escritor: Ernest Hornung. Hice un alto para intentar un par de fallidas fotos de la luz del amanecer reflejadas en las ventanas de los edificios y busqué en mi biblioteca la antología de Las aventuras de Raffles. Releí deprisa algunos pasajes, me hizo clic una entrevista a George Steiner en el suplemento "Babelia", el primero de julio de 2016, y pensé en esos grandes rompecabezas, ya que no teselas, diminutos mosaicos con los que se arman los murales bizantinos, que reproducen una pintura famosa.
Poco a poco voy encajando las piezas de mi lectura de la saga Milenium.
De Los misterios de París tomo fragmentos del rompecabezas, una ciudad oculta dentro de París, que ignora su existencia y también a sus habitantes; los infinitos meandros de la trama que llegan a su acmé en el capítulo VI de la cuarta parte: "Historia de Gringalete y Cortado en Dos", donde el narrador, al igual que Scherezade, alarga hasta lo indecible una historia con nuevos relatos, de esta manera le salva la vida a uno de los protagonistas. Stieg Larsson construye en arquitecturas parecidas en su saga: ¿Los misterios de Suecia?
De Las aventuras de Raffles elijo varias teselas, ya que no fragmentos del rompecabezas, una pareja de delincuentes: Raffles y Buny, suerte de Mister Hyde de Sherlock y Watson. Un ladrón aristócrata y su ayudante, más que eso, dos outsiders que viven de acuerdo a sus propias reglas y a su propio sentido del honor, esto me hace clic con Hemingway. Como lo hacen, en Milenium, Mikael Blomkvist y Lisbeth Salander, cuya divisa heráldica es "no hay inocentes, solo distintos grados de responsabilidad."
Ahora pienso en el coltán, mineral que algunos conocen, pero que todos consumimos en nuestras máquinas fotográficas, ordenadores y teléfonos celulares. Muchos ignoran el costo humano, social y el trabajo esclavo que involucra su extracción; esto no nos hace inocentes.
Steiner y Hemingway quedan para otra ocasión.