La écfrasis es una descripción vívida de un lugar, objeto -los teóricos más simplistas se circunscriben sólo a obras de arte- o personalidad. De esta manera, la écfrasis emparenta lo literario -incluida la escritura para ser escuchada, no leída- y las artes visuales como formas narrativas. Por lo tanto, el uso de la écfrasis como figura retórica exige una alfabetización en ambas disciplinas; lo que de alguna manera, hacia 1935, Lázló Moholy-Nagy sentenció en la Escuela de la Bauhaus, relata refero: "los iletrados del futuro ignorarán tanto el uso de la cámara fotográfica como el de la pluma". Mucho antes de Moholy-Nagy y la Bauhaus, en los albores de la era cristiana, Horacio en Epistola a los Pisones, también conocida como Arte poética; ya sentó jurisprudencia en el tema cuando dijo: Ut pictura poesis (La poesía es como la pintura). Buen punto de partida leer literatura y arte.
Siglos después de Ovidio y décadas pos Moholy-Nagy, en los años sesenta del siglo pasado, desde el mítico café-concert "La Fusa" -vale la pena googlearlo- Vinicius de Moraes y Toquinho nos hicieron reír con aquel pasaje de A tonga da migonga do kabuleté "você que olha e não ve" (vos que mirás y no vés).
En el momento de nacer, el sentido de la audición y la vista no están totalmente desarrollados y necesitarán una especie de "maduración evolutiva". El primero demandará, aproximadamente, treinta días para su "maduración", el segundo casi un año; la verdadera "maduración evolutiva", toda la vida, incluye la suma de lecturas, cuadros, esculturas, obras arquitectónicas y derivados de las artes visuales y auditivas que podamos incorporar a nuestro conocimiento. Mejor concluir que, al undécimo mes, el ser humano comienza el aprendizaje para "ver" -porque esta palabra ahora es polisémica-, ya que este sentido necesitará mucho tiempo para instruirse.
Todos los integrantes del reino animal "ven", pero de maneras diferentes, y esto no es metafórico. Algunas especies depredadoras, los halcones por ejemplo, tienen el sentido de la visión muy afinado para ver a la distancia -como un teleobjetivo de fotografía- y, por tener los ojos casi juntos al pico, un campo visual muy reducido -lo mismo pasa con los teleobjetivos-; sus víctimas, las palomas, un ángulo visual mucho mayor, por tener los ojos a los costados de la cabeza -in altre parole tienen una visión de un gran angular fotográfico-. El cazador ataca lo que tiene frente a sus garras y la víctima debe cubrirse las espaldas.
Los perros y los daltónicos no distinguen cierta gama de colores, y las abejas captan frecuencias, ultravioleta, invisibles al ojo humano; muchas flores carentes de interés para nosotros se ven muy atractivas para las abejas. Los tiburones tienen un olfato capaz de percibir una parte de sangre en millones de moléculas de agua y un sistema nervioso sumamente sofisticado que detecta, con la sensibilidad de un sonar, cualquier movimiento arrítmico en sus proximidades. Eso sí, son miopes e incapaces de diferenciar entre un pez herido, un nadador incauto o un contramaestre borracho que se cayó por la borda; los tiburones son tan cortos de vista como Homero o Milton -por hablar sólo de poesía y no d'autres métiers.
Los murciélagos son cuasi ciegos de allí su nombre en español, derivado del latin mus caecus (ratón ciego), lo cual no les afecta mayormente, ya que vuelan de noche; sin embargo, poseen un sistema de radar, que son sus propios gritos emitidos en frecuencia muy alta -que a nosotros nos suenan como un chillido sumamente desagradable-. La recepción del eco les permite a los murciélagos configurar en su cerebro un mapa tridimensional, mapa que va variando permanentemente con cada nuevo grito y a medida que se desplazan. Gracias a eso, pueden volar en la oscuridad y esquivar obstáculos; "ven" con el oído.
Las serpientes tienen un aparato visual bastante rudimentario y ven en blanco y negro. En compensación, poseen unas fosetas termosensibles en los costados de la nariz que les permiten captar el calor de sus presas a través de la radiación infrarroja que emiten -en otras palabras, pueden “ver” el calor de un cuerpo sin percibir la fuente que lo está generando-. En su cerebro se forma una imagen mixta, compuesta con la información provista por la percepción visual y la térmica; en esta imagen mixta puede faltar una de las dos fuentes de información. De esta manera, pueden salir de caza en plena oscuridad ya que "ven" con la piel.
Una de las acepciones del verbo ver es entender con la inteligencia. De hecho, gran parte de la información y el aprendizaje simbólico, que el hombre normal va adquiriendo a lo largo de su vida, requiere del sentido de la vista. Esto no es rigurosamente cierto ya tenemos la anécdota inolvidable del ciego y el Lazarillo de Tormes con el racimo de uva y, antes, la reflexión del ciego de Alí Babá y los cuarenta ladrones en El libro de las mil y una noches: "un ciego ve más con sus dedos que un tonto con dos ojos" -yo agregaría las orejas y la nariz-. ¡Genial!, un ciego es un ser quimérico mezcla de tiburón, murciélago y serpiente.
En el mundo de los videntes y en un arte directamente relacionado con la vista como es la pintura, dos maneras de ver el mundo y representarlo dominan, disputan y se enfrentan o se unen, desde el paleolítico; de manera muy grosera: el arte realista y el simbolista primero y figurativo y no figurativo después.
Las primeras pinturas conocidas tienen unos 15.000 años. Los bisontes de las Cuevas de Altamira o los ciervos de la Cave du Font de Gaume, son de un realismo cuasi fotográfico o, en algunos casos, de un poder de síntesis en cuanto a la línea y al movimiento solamente encontrado en Picasso, ciento cincuenta siglos después. Estos dibujos rupestres fueron obra de artistas cazadores, de ojos y sentidos afinados con su permanente contacto con la naturaleza, y su intención, al pintar las cuevas, era absolutamente mágica y pragmática: conjurar el hambre a través de la caza de las piezas representadas. En esta visión mágica del mundo, el realismo en la representación pictórica de las presas, les garantizaba a los hombres su posesión definitiva y la seguridad de su subsistencia.
La otra forma de ver el mundo, la simbolista, empieza a gestarse unos 7.000 años después de las pinturas rupestres, con el advenimiento de la agricultura, en pleno período neolítico. El primitivo agricultor, asentado en su choza, no necesita la vista, el olfato ni el oído agudizado de su antecesor y ciertas dotes de observación se atrofian. En cambio, lentamente, a lo largo de milenios, se va desarrollando su capacidad de abstracción y de introspección; comienza otra aventura, la del pensamiento y la imaginación especulativa. El sacerdote reemplaza al chamán y la imagen pasa a tener dos valores, el de la representación real del objeto y el de la representación conceptual, simbólica y alegórica. Una paloma representará bien al ave, bien al Espíritu Santo o a la Paz, alegoría arbitraria esta última, ya que la paloma es una especie de hábitos bastante agresivos con sus congéneres y con una idea del lebensraum o espacio vital digna de Hitler o Donald Trump. Mucho más solidaria con sus semejantes y de hábitos casi socialistas es la rata. Pero nadie se imagina a una rata con una rama de olivo en el hocico como símbolo de la paz y la confraternidad. Las alegorías también se equivocan (continuará).