Los capítulos precedentes de esta entrega -De El Golem a Blade Runner 1 De El Golem a Blade Runner 2, De El Golem a Blader Runner 3 y De El Golem a Blade Runner 4, revelan que el material más inusual para la confección de criaturas ha sido la piedra de los hombres terrígenos con los que debió enfrentarse Jasón en El viaje de los Argonautas; el más ingenioso y de múltiples derivas en la ciencia ficción, la manipulación genética -en Los huevos fatales y la serie de Parque Jurásico-; el más socorrido: el metal; el menos frecuente: la madera.
Además vemos que los animales clonados aparecen con sus características originales potenciadas y escapan del control de sus creadores.
Los robots tienen otra característica común: no tiene alma ni toman determinaciones por su propia iniciativa; fueron hechos para obedecer órdenes. El caso más conspicuo, en esta cadena de historias, y el primero de la serie fílmica, es la mujer robot que hizo el inventor Rotwang en la película Metrópolis (1927) de Fritz Lang y a la que dotó de una personalidad acorde a sus necesidades -al igual que las primeras criaturas mecánicas conocidas: las doncellas de oro que creó Hefesto para que lo asistieran.
Queda el material menos frecuente: la madera, que utilizó Giovanni Torriani, relojero y mecánico italiano de Carlos I, que hispanizó su nombre por el de Juanelo Turriano. A la muerte del monarca y por encargo del hijo, Felipe II, Juanelo Turriano, construyó una gigantesca noria -en realidad: dos norias acopladas y sincronizadas- para extraer agua del río Tajo y subirla hasta el alcázar de Toledo; una altura no superada hasta hoy. Ocurrió lo que es frecuente en estos casos, no le pagaron por sus trabajo, incidente que dio lugar, valga el anacronismo, a una leyenda urbana que terminó siendo verdad histórica o, por lo menos, le dio el nombre a una calle de Toledo.
La calle Hombre de Palo, situada en una zona donde, en la Edad Media, existía un barrio judío -no es casualidad que esté colindante a la cortada Calle Sinagoga- debe su nombre a la última creación atribuida a Juanelo Turriano como recurso para escapar a la indigencia. Era un hombre de madera, movido por un mecanismo de relojería, que pedía limosna para su dueño quien, avergonzado de la pobreza, se refugiaba en un convento próximo. El hecho de que el artilugio estuviera colocado en una calle perteneciente a la antigua judería toledana, se engloba en la tradición del pacto fáustico; en el esquema mental de la Inquisición uno de los nexos más inmediatos al trato con el demonio o las fuerzas del mal es la judería; tal como pasó, por aquellos años, en Praga, residencia de El Golem. Vamos por orden en la historia de robots leñosos.
La tradición de hombres de madera se remonta al siglo II de la era cristiana, cuando una criatura artificial obedece a los mandatos de su amo, ahora un hechicero de pelo en pecho. Pero como el creador era brujo, ni relojero ni mecánico, su engendro era un escobillón o una mano de mortero que habría de pasar, magia mediante, por una transformación. Luciano de Samosata documentó esta historia en su relato El aficionado a la mentira -también conocido como El incrédulo-. El protagonista es un viajero curioso, Éucrates, que en Egipto se aloja, junto con un mago, Páncrates, en una posada. El relato aclara quién era Páncrates: "se decía que había vivido bajo tierra en los santuarios recónditos durante veinticinco años, enseñado por Isis en el arte de la magia". En la posada, el protagonista ve como su compañero, cada vez que necesitaba de ayuda, vestía al escobillón; otras veces la mano de mortero con una túnica y, tras pronunciar un conjuro, ordenaba a la criatura de madera que fuera con un ánfora a buscar agua a la fuente, con un canasto a realizar las compras al mercado, preparase la comida, o limpiase las habitaciones.
Ocurrió lo previsible, junto con el hechicero aparece el 'aprendiz de hechicero', porque el curioso Éucrates, oculto detrás de unas cortinas, escuchó el borgeano "Nombre que es la Clave", en este caso: "una palabra de tres sílabas". Un día que Páncrates había salido, el ahora aprendiz de hechicero Éucrates, vistió al escobillón con una túnica, pronunció la palabra de tres sílabas y ordenó que buscara agua. Pero Éucrates no pudo detener al escobillón y éste inundó la posada. Desesperado, tomó un hacha y lo partió en dos trozos; pero de los fragmentos surgieron dos engendros escobillonosos que siguieron con su labor. Por suerte apareció Páncrates quien, luego de deshacer el conjuro, desapareció. La historia volvería a surgir dieciséis siglos después cuando Goethe escribió, en 1797, el poema "El aprendiz de hechicero" (Der Zauberlehrling), una glosa rimada del relato de Luciano de Samosata, sólo que con un final feliz: el hechicero no desaparece.
Diecisiete siglos después de El aficionado a la mentira de Luciano de Samosata y cien años después de Der Zauberlehrling, el compositor Paul Dukas compuso un poema sinfónico al que subtítuló “Scherzo basado en una balada de Goethe”: L’apprenti sorcier (El aprendiz de hechicero, 1897), relato musical donde el papel de las escobas lo interpretan fagots.
La modernidad acelera los tiempos porque cuarenta y tres años después de Dukas, ciento cuarenta y tres después de Goethe y dieciocho siglos después de Luciano de Samosata, Walt Disney remozó el argumento. Y lo hizo en su magistral película Fantasía (1940), en ella realiza la trasposición del poema sinfónico El aprendiz de hechicero, donde el ratón Mickey, en una de sus mejores actuaciones, interpreta el papel de Éucrates.
No siempre el plagio y la glosa resultan ramplones, en este caso, el tema de la brujería dio, a partir de la era cristiana, tan aficionada a seguir y quemar brujas y brujos, una hermosa y variada sucesión de relatos y glosas, mágicamente superados con cada trasposición, del cuento a la poesía, la música, y al séptimo arte. Esto se debe, supongo, a la genialidad de Luciano de Samosata ya que su extensa obra y variedad de argumentos -además de su irreverente iconoclastia, que puso en duda los patrones y cánones literarios, estéticos y sociales vigentes-; su ironía y espíritu crítico aflorarán, entre otros, en: Cervantes, Gracián, Erasmo de Rotterdam, Maquiavelo, Jonathan Swift, Voltaire, Poe y Borges -¡pavada de seguidores!, tengo una amiga que me reprocha porque no leo escritores compatriotas contemporáneos; creo que acabo de encontrar la respuesta.
Quedan las aventuras de otro famoso muñeco de madera, pese a su moralina una historia tan cautivante como ingeniosa. El protagonista de este largo relato, a diferencia de todos sus antecesores, tiene alma y es capaz de tomar determinaciones propias, aunque no las correctas para la moral y las buenas costumbres. Es el 'políticamente correcto avant la lettre' Pinocho, de Carlo Collodi. Pinocho sentó un antecedente –mejor: sentó jurisprudencia- para la ley que parece regir en la última generación de robots: los "androides orgánicos" de Philip Dick en su novela Sueñan los androides con ovejas eléctricas, traspuesta de manera genial al cine, con el título de Blade Runner -me refiero a la versión de Ridley Scott (1982), no la olvidable remake de Denis Villeneuve (2017)-. A partir de Philip Dick las criaturas las criaturas artificiales no solo toman decisiones por sí mismas sino que tienen angustias metafísicas. Entre otras: el temor a la muerte.
(Continuará)