El día de mi cumpleaños leí una nota en el suplemento cultural de un diario español sobre la costumbre de subrayar libros. Fue un verdadero regalo de cumpleaños porque, cuando ingresé a la carrera de letras, empecé con ese hábito, surgido de un pequeño taller al que tuve que asistir durante el curso de ingreso.
El taller consistía en enseñarnos una especie de "subrayado resumen"; trazar una línea debajo de las palabras claves de un párrafo de manera tal que, en futuras relecturas, con un simple golpe de vista uno pudiera recordar el contenido.
Como soy de una mentalidad barroca y digresiva -y me llevó varias décadas darme cuenta de esto- al principio subrayaba todo. Este pésimo hábito hizo que años después al terminar de leer Técnica y civilización quedara con un libro imposible de volver a visitar; el grafito de mis notas superó la tinta del impreso.
En aquellos comienzos tuve otro hábito más desagradable, que por suerte abandoné en meses, subrayar con tinta -detesto los bolígrafos- lo cual no me impidió perpetrar uno de mis peores delitos como lector, arruinar la primeras 9 páginas de la Epístola a los Pisones, o Arte poética, de Horacio, en una hermosa edición bilingüe de Helena Valentí. Hace años compré en un anticuario de Rhode Island, un libro que es primo de la Epístola a los Pisones, Ut Pictura Poesis: the Humanistic Theory of Painting, de Renseslaer Lee, un clásico al que le venía siguiendo la huella hace años. Infelizmente, su antiguo propietario lo había subrayado con bolígrafo; así que ni bien salí del anticuario fui a una papelería y compré un lápiz corrector; en un bar y, cerveza mediante, me dediqué a 'exorcizar' el libro de las profanaciones cometidas ¡horror!, con bolígrafo -podría haber usado una estilográfica, una cosa es ser hereje otra tosco-. Mi lógica conclusión fue que Horacio y su célebre frase 'Ut pictura poesis' (La poesía es como la pintura), es una suerte de imán que atrae a cretinos que subrayan libros con tinta.
Al principio subrayaba solamente mis libros de estudio o los ensayos, fundamentalmente con líneas verticales indicando párrafos, raramente frases; las palabras, en círculos. Con el tiempo, cuando empecé a incursionar por la escritura, también comencé a subrayar obras de ficción o poesía; además de agregar comentarios; entre otros: descaradamente, 'plagiar esta idea' -hace menos de dos años, simplemente: 'plagiar'-. Hace un lustro que dato mis observaciones.
No puedo leer sin un lápiz en la mano, puedo hacerlo sin anteojos pero no sin un portaminas y una goma. Porque, además, he cambiado de portaminas: durante años alterné entre dos Mont Blanc 0.9. En el 2015, en una kirtasiye de Estambul, me enamoré de los portaminas Faber-Castell 0.7; de trazo más fino, que uso actualmente; cargados de las eficaces minas 2B, fáciles de borrar.
En el suplemento 'Babelia', del 18 de noviembre 2017, leí la nota principal, que compartí por Twitter y Facebok, con la cual me identifico: 'La biblioteca ideal'. Ese artículo tiene a manera lead o primer párrafo, el dibujo de una biblioteca, donde hay libros marcados con nueve colores y cada uno corresponde a una de estas 9 categorías: leídos; por leer, a medio leer; leídos (en teoría); para cuando tenga más tiempo; no pienso leerlos; sólo para aparentar; leídos aunque no recuerdo una palabra; ojalá no los hubiera leído.
Me identifico con esa nota porque muchos de los libros que compro no lo hago con la intención de leerlos de inmediato, tengo casi tres metros de estantería de libros por leer, a los que sumo aquellos que, una lectura o escritura me transmiten la ansiedad de volver a hojear
No me gusta prestar libros, prefiero regalarlos. Tampoco los devuelvo. Los leo por riguroso orden, empezando por el prólogo, salvo las novelas; en éstas, luego de los primeros capítulos cuando ya conozco a todos los personajes, salto al final. No me gustan los libros de suspenso, por eso no leo policiales. Saber el final de una novela me salva del suspenso y me permite disfrutar de la escritura.
Antes de terminar estas líneas retiré de sus estantes el libro de Renseslaer Lee y Epístola a los Pisones, deberé hojearlos esta semana; le di una breve ojeada al último, y me encontré con un subrayado. "El mérito y la elegancia de una exposición estará, o mucho me equivoco, en decir en el instante adecuado lo que debía decirse y a su vez retardar y omitir lo restante; el autor que se ha comprometido a escribir un poema, ha de amar una cosa y desechar otras". El párrafo estaba señalado con una línea vertical y, al lado de esta, un signo admiración, de cierre (!) encerrado en un triángulo con la anotación: "confrontar con la 'teoría del iceberg' de Hemingway". La anotación no tenía fecha.
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