Percances de una traducción

Al escribir para publicar en la web, tengo por límite entre ochenta y ciento diez líneas o su equivalente entre mil y mil seiscientas palabras. Cuando tengo en claro un proyecto de nota para mi página, u otro medio virtual, registro en el cuaderno “Manuscritos web” fecha, idea y probables variantes; aunque no necesariamente será la próxima nota ─de hecho ésta remite a marzo 2020─; cuando la veo publicada, cruzo en rojo el borrador del cuaderno.

El título y el fin es lo primero que defino. Pero, no más empezar esta nota, ya dudo si no sería más apropiado titularla “Turner coloca una mancha en su óleo”.

Los contratiempos surgen cuando escribo ficción, no con traducciones; el equilibrio del proceso de escritura narrativa es como el juego de palitos chinos, a veces mueves uno y cambia toda la disposición. No obstante, la primera versión manuscrita deglute y asimila los desórdenes que van surgiendo; como Cronos se devoraba a sus hijos yo devoro el desorden; aunque pensándolo bien, prefiero al suido aludido por el viejo Vizcacha: "El cerdo vive tan gordo / Y se come hasta los hijos".

Hasta el momento no me había pasado lo mismo con las traducciones. Pero estoy trabado con Gombo Zhèbes, antología en la que vengo trabajando hace casi una década ─va por su sexta revisión─. El libro es la recopilación de trescientos cincuenta y dos proverbios en lengua Creole con sus variantes dialectales ─Islas Mauricio, Trinidad, Guayana Francesa, Martinica, Haití y New Orleans─ hecha por Lafcadio Hearn y publicada en 1885 por un mítico editor de Nueva York, al cual le debo un artículo: Will H. Coleman ─tengo dos de sus ediciones originales en PDF, los originales en papel cuestan cifras que rondan los tres ceros en dólares y mi fetichismo por los libros no pasa por ediciones originales─. Gombo Zhèbes reúne proverbios Creole, transcriptos junto con su traducción en francés a las que Lafcadio Hearn agregó la traducción al inglés, y colocó aclaratorias notas al pie.

La lengua y cultura Creole tuvieron origen en el patois que hablaron los esclavos negros llevados a nuevas tierras y se fue enriqueciendo con sucesivas generaciones. Una de las características de la comunidad Creole, que la diferencia de la cultura de otros esclavos negros, es que son francófonos y su religión ─incluidos ritos sincréticos─ es la católica apostólica romana. Que aquello de “vamos juntos, pero no entreverados” también vale para los esclavos, y no es lo mismo ser descendiente de esclavos protestantes anglófonos de New York, por ejemplo, que de New Orleans o Martinica. Los Creoles son tan orgullosos de sus orígenes como los muy WASP (White Anglo Saxon Protestant) Boston Brahmins, aristocracia bostoniana descendiente de los primeros colonizadores e igualmente linajudos y presumidos de sus orígenes.

La lengua Creole tiene una característica particular: se estructuró, pese a las distancias que separaban a los grandes asentamientos franceses en América, como una lengua franca y fue adoptada por algunos eruditos amos franceses bilingües que llegaron a escribir relatos en ella, o recopilar los de tradición oral ─algunos, reinterpretaciones de fábulas europeas─, inclusive escribieron gramáticas de este patois. El hechizo por la cosmovisión que encierra esta lengua, para mí resucitó con esta fatigada traducción y, como el fantasma del castillo Elsinore, me acucia.

Gombo Zhèbes, me desquicia porque, mientras más reviso la traducción, me mimetizo con el protagonista de "La busca de Averroes", queriendo imaginar qué es un drama sin saber lo que es el teatro; y cada relectura aumenta mi ignorancia del cada vez mayor contexto ignorado que circunda estos proverbios. Así, me instala en el desorden y, lo que es peor, me hace disfrutar del mismo; porque la versión original tiene ciento cuarenta y seis notas al pie de Lafcadio Hearn, hasta el momento le he agregado ciento treinta y tres mías, y en las casi cincuenta líneas que llevo escritas hasta aquí, he pensado en otra más.

Las anotaciones que he añadido son de dos tipos: las primeras relacionan los proverbios entre sí o aclaran errores en la traducción al inglés ─o acepciones al francés─ de Lafcadio Hearn; las segundas contextualizan algunos significados. Muchas de estas sentencias, hacen alusión metafórica ─las menos de manera contundente─ a la dura vida de los esclavos y a las rigurosas leyes que los regían.

En el último repaso de mi traducción de Gombo Zhèbes, el interrogante surgió en el proverbio trescientos diecisiete, originario de Louisiana: Tout ça c’est commerce Man Lison. (Tout ça c’est affaire de Maman Lison) y la traducción de Lafcadio Hearn es “All that’s like Mammy Lison’s doings” (Todo esto es como los enredos de Mamá Lison). Y en su nota al pie, Lafcadio Hearn aclaró ─la traducción es mía─ “Esta locución se usa cada vez que algo se hace mal; en Creole commerce significa casi lo opuesto que en francés. Nunca he podido averiguar quién es esa tradicional Man Lison”.

En marzo de 2020 hojeé en vuelo rasante una novela de George Washington Cable, cuyo PDF había bajado de internet, The Grandissimes (1880) publicada cinco años antes que la traducción de Lafcadio Hearn y que llevó a una nota mía al proverbio trescientos diecisiete, a continuación de la de Lafcadio Hearn, y es la trascripción de un párrafo de la novela: “Their economy knew how to avoid what the Creole-African apothegm calls commerce Man Lizon--qui asseté pou' trois picaillons et vend' pou' ein escalin ─bought for three picayunes and sold for two─” (“Su economía sabía cómo evitar aquello que el apotegma Creole-Africano llama commerce Man Lizon--qui asseté pou' trois picaillons et vend' pou' ein escalin ─enredo Man Lizon, comprado por tres picayunes y vendido por dos─”). Y me quedé pensando en que, pese a su amistad con George Washington Cable, reconocida autoridad en la cultura e historia Creole de Nueva Orleans, Lafcadio Hearn no lo haya consultado a la hora de hacer su recopilación ni que tuviera presente a The Grandissimes, publicada un lustro antes que su Gombo Zhèbes.

Hay una escena de la película Turner (2014) basada en un hecho real: el “varnishing day” de 1832 ─día en que se permitía a los artistas retocar sus obras o barnizarlas, estando ya colgadas, evento en el que críticos y coleccionistas podían ver las obras antes de abrir la exposición al público─. En esa oportunidad, colgaron el Helvoetsluys zarpa de Utrecht, marina de Turner, en matices grises y verdes al lado de El día de la apertura del puente de Waterloo, de Constable, obra de un formato más grande de lo que solía utilizar. Cuando Turner vio el cuadro de Constable, aplicó con toda decisión una mancha roja sobre el agua, que luego convirtió en una boya. Constable, estupefacto, aclaró: “Vino y disparó un pistoletazo con el pincel”. Turner dio vida a sus verdes, usando el contraste de su color complementario, el rojo, y, a la vez, lo relacionó con los colores cálidos del cuadro de su colega.

Para mí ese pistoletazo fue el pasaje de The Grandissimes, peor todavía; el disparo de un francotirador. Hay más francotiradores al acecho, esperan a que me decida a retomar la traducción de Gombo Zhèbes.

 





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