El náufrago sin isla

El náufrago sin isla

 

En el canto XI de Odisea, Ulises y sus compañeros dejan la primera escala tras la caída de Troya en el regreso a la patria, la isla de la ninfa hechicera Circe. Tras zarpar, obedecen los designios de Circe, descienden al Hades reino de los muertos en el país de los Cimerios, y parten rumbo a Ítaca. Una serie de imprevistas desventuras los llevarán a nuevos destinos, donde Ulises perderá a  los camaradas antes de llegar a la isla de la ninfa Calipso. Luego de permanecer siete años allí, emprende el regreso en una balsa. Vuelve a zozobrar, ahora en la isla de los Feacios, quienes lo llevan a Ítaca.

Luego de abandonar Troya, Ulises, ha recalado en la isla de los Lotófagos, de ubicación imaginaria en algún lugar de Libia; isla de los Cíclopes, habitada por Polifemo, no identificada; la flotante Eolia, en el Mediterráneo, morada del dios de los vientos; isla de los Lestrigones, de dudosa ubicación en algún lugar del Mediterráneo, isla Eea, propiedad de Circe, al norte de Sicilia; país de los Cimerios, ubicación incierta o al oeste de Nápoles o península de Crimea; isla Ogigia, morada de Calipso, más allá de Gibraltar en el océano Atlántico; isla Esqueria donde habitan los feacios, también en el Atlántico.

Todas estas islas reciben al de multiforme ingenio, quien, como el protagonista de El náufrago sin isla (editorial Interzona) novela de Guillermo Piro, ganadora del Premio 2024 de la Feria Internacional del Libro, sólo desea llegar a su destino. Con desenvoltura de un aedo, narrando en primera persona una gesta, Piro trama su relato en un estilo discurrente como una corriente oceánica.

A principios del siglo XVII, el protagonista de El náufrago…, Salvador, primogénito de una familia noble napolitana, tiene una exitosa carrera como abogado, pero llamado por la fe y contrariando los designios de su padre, se ordena sacerdote. Resuelve ir a catequizar en Batavia. Junto con Eleodoro, otro clérigo, se embarcan en un navío holandés que los llevará a su destino en las Indias Occidentales Neerlandesas.

Antes de llegar a Sudáfrica, Eleodoro tiene accesos de insania que obligan a mantenerlo encerrado en su camarote. Las tripulaciones de antiguos veleros eran tan propensas a supersticiones como al escorbuto, así, pese a los intentos de Salvador, el capitán y pocos tripulantes fieles, Eleodoro es asesinado a golpes y arrojado al mar. Los temores de la marinería ahora se desplazan a Salvador, sospechado de causar los ataques de locura de Eledoro, y temen ser contagiados por sus poderes maléficos. No obstante las mediaciones del capitán y sus leales, hay un motín en ciernes. En el océano Índico, Salvador es abandonado en un bote con reservas de agua y provisiones.

Luego de días a la deriva, agotadas vituallas y agua, sobrevivirá pescando con un arpón improvisado. Las corrientes marinas lo llevan hasta un islote, un volcán emergente, donde atraca y bojea durante semanas esperando corrientes que lo alejen; sin parar de erupcionar, la diminuta ínsula desaparece en medio de explosiones y no deja rastros de su existencia.

Omne vivum ex ovo, por más que el autor lo soslaye, literatura y arte nacen de literatura y arte, presentes o latentes en su creación; en algún momento pueden emerger, al igual que una isla de origen volcánico o los sueños. Guillermo Piro, prolífico traductor del italiano, entre otros de Emilio Salgari, no puede evitar que su protagonista sea heredero del sino de Honorata de Van Guld ─coincidencia de su nacionalidad con la colonia del destino buscado por Salvador en su misión evangelizadora─. Ella es amante del Corsario Negro, hasta que éste se entera que es hija del asesino de sus hermanos, el flamenco gobernador de Maracaibo, y la abandona a en una chalupa.

Antes de Salgari, tras la huella de Homero, Luciano de Samosata en el siglo II de nuestra era, nos deja relatos que habrán de continuar con náufragos e islas imaginarias. Lo sigue El viaje de San Brandán, del siglo XII, el protagonista es un monje irlandés del siglo VI, de existencia real que, en un curragh, acompañado de otros tripulantes habría llegado en su misión evangelizadora hasta las islas Feroe, Islandia o Terranova. Antes recaló en una desconocida isla en la que se encuentra, deshabitado, el Paraíso. San Brandán fue desterrado del santoral hace siglos, por considerar que el relato es una fábula; los considerandos eclesiales pasan por alto que la mayoría de los casi 10.000 aceptados en el paraíso de los santos entran en la misma categoría; sólo sustentados por la fe de sus devotos.

La leyenda de san Brandán, continuó viva hasta el siglo XVII y su isla inexistente fue disputada por los reyes de Portugal y España; Magallanes y sus pilotos, al llegar a la actual bahía de Samborombón, convencidos de que su origen fue un desprendimiento de la isla inexistente del santo, bautizaron su hallazgo bahía de San Borondón, de allí su nombre evolucionado al actual.

Siguen los náufragos en islas imaginarias, entre otras, la de Robinson Crusoe, Isla del tesoro y tres novelas de Julio Verne. Todas con el tema de un abandonado en castigo, o el hundimiento de su navío. Solo recuerdo un antecedente del siglo XX, El señor de las moscas (Lord of the Flies, 1954), ahora un grupo de niños. En el cine, una, cuya historia se podría ver como precuela de la novela de Guillermo Piro: Náufrago (Cast Away, 2000); aquí Chuck ─Tom Hanks─es el alter ego avant la lettre de Salvador en El náufrago sin isla. Otra, previa a la aventura de Chuck, Infierno en el Pacífico (Hell in the Pacific, 1968) con dos protagonistas, los inmensos Toshiro Mifune y Lee Marvin. Ninguna, de estas historias aborda un naufragio en épocas pretéritas, tema dado por agotado a mediados del siglo XIX.

Omne vivum ex ovo, tras el hundimiento de su isla volcánica y semanas de navegación, Salvador recala en un lugar próximo a su destino original en las Indias Occidentales Neerlandesas, se reencuentra con su barco, ahora con nueva tripulación y con el capitán. De regreso a casa intentarán en vano ubicar algún rastro de la isla. ¿Sólo sobrevivirá en su relato?

Ovidio en Metamorfosis, ubica en Cimeria la morada de Hipnos, dios de los sueños que tuvo una muchedumbre de hijos, a los cuales recurren los dioses a la hora de enviar sus designios, de ellos se destacan: Morfeo, imitador de la figura humana, remeda el timbre de voz, manera de andar y vestimenta; Icelón que se convierte en todo lo animado no humano, reptil, fiera, insecto, pez o ave; y Fántaso, que con artimañas diferentes, asume la forma de todo lo carente de aliento vital, tierra, roca, agua, madera, fuego.

Dentro de la narrativa anacrónica y revitalizada de El náufrago sin isla, cabrá preguntarse si Salvador, en su viaje a Batavia, luego del asesinato de Eleodoro, temeroso, no cayó en las redes de Hipnos y su prole e imagina la historia que habrá de contar a su regreso. Los lectores, agradecidos.



 


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