Hace dos semanas, Ángel, el encargado del edificio, mandó, a los vecinos del consorcio, un mensaje por WhatsApp donde nos informó que el domingo, junto con su esposa e hijo menor, tuvieron un accidente en el auto de un matrimonio amigo. El mensaje llegó acompañado de fotos del auto ─se salvaron de milagro, aunque los cinco bastante contusos─; el que más riesgo pasó fue el hijo de Ángel quien, luego de una tomografía ─fotos del tomógrafo con el niño adentro─ debió quedar internado cuarenta y ocho horas ─fotos del chico en la cama de la clínica y al lado la cara afligida de la madre─. Los días posteriores estuvieron cruzados por mensajes de texto e imágenes donde Ángel nos participaba sus angustias como padre, también de los noticieros donde se comentaba el accidente y la filmación de los dos vehículos destruidos, además de links para que viéramos los detalles truculentos.
Los mensajes colectivos de Ángel forman parte de su rutina para comunicarse y parece que fueron copiados por Eliseo ─el protagonista de la serie El encargado─ en lo que hace a la manera de participar e involucrar a los vecinos de un edificio. En realidad, creo que después de ver a Guillermo Francella en el rol de Eliseo, algunos propietarios e inquilinos de Buenos Aires vemos sus operaciones y estrategias de comunicación en nuestros porteros.
Pero la historia continuó los días siguientes cuando, con su hijo fuera de peligro, Ángel-Eliseo volvió al trabajo; ahora contó sus padecimientos y angustias a otros encargados de la cuadra, al peluquero y al zapatero que están próximos al edificio.
Su desgracia y angustia me evocaron la frase Otto Dix a raíz de algunos de sus cuadros más chocantes sobre mutilados de la Primera Guerra Mundial, “Seré famoso o tristemente célebre”, también algunas tomas de Wee Gee, famoso fotógrafo de asesinatos en Nueva York en los años ’30 del siglo pasado, y su reflexión ─“Murders, were the easiest to photograph because the subjects never moved or became temperamental”─. También, pero sin tener idea de lo que estaba haciendo, Eliseo-Ángel, redactó un episodio nuevo para sumar a los otros veinte de una inolvidable película de mediados de los 60 del siglo pasado: I Monstri.
Recordé las fotos de la exposición de Wee Gee en Marzo del 2012, Murder is my Business, que vimos con Beatriz en el International Center of Photography de Nueva York. En ese santuario, sacar fotos de las fotos de los muertos, criminales y voyeurs de Wee Gee estaba vedado por otro Ángel ─el de la espada flamígera de las voces de los guardias de la sala que, cada dos por tres advertían “¡no photos please!”; no me detuve a observar si era para paralizar a alguien que intentaba hacerlo o como mera advertencia─. Tengo vívidas escenas retratadas: multitudes que observan muertos, tragedias, y las caras de los espectadores ─más inquietantes que las tragedias, los criminales o las víctimas─ contentos de aparecer en la foto que habría de salir en los diarios; por suerte todo eso se puede rescatar en Internet. También recuerdo que había una reconstrucción del dormitorio de Wee Gee y eso no se puede rescatar por Internet.
Lo que lamento de aquel viaje es que, por una razón que ignoro, borré los achivos RAW y jpg de las fotos de Nueva York que saqué. No las tengo en mi computadora, no las tengo en los discos rígidos externos que uso para tener copias de respaldo; copias que hago cada fin de semana de manera alternada en cada disco con obsesión de archivista. He borrado mis fotos. Lamento haber perdido una serie de dos músicos solitarios que encontré ensayando en el Central Park, un clarinetista y un saxofonista.
Sin embargo, conservo un álbum con fotos que saqué en Berlín en 1985 con una Olympus OM10 analógica ─actualmente reemplazada por una Fujifilm X-E3 digital─, imágenes en color que el tiempo viró a sepia pero, escaneándolas y retocando con Photoshop se podría recuperar el color original e incluso retocarlas ─aunque ahora en formato digital─. En aquellas fotos se puede ver el muro, algunas tomadas desde un mirador que se había levantado ex profeso en el lado occidental, desde donde se puede apreciar claramente que el muro era doble con una extensa explanada, con cercas de alambre de púa al medio para dificultar más el escape y facilitar la acción de los tiradores que abatían a quienes intentaban cruzar al lado occidental; otras de las lápidas de los que habían muerto en el intento; Checkpoint Charlie; y, del lado del este, Alexanderplatz, soldados alemanes de Alemania Oriental desfilando, con uniforme de tropas del ex Pacto de Varsovia, pero con paso de ganso y Kalashnikov al hombro, con el valor agregado del comentario de un conocido argentino que vivía en Berlín occidental y que ofició de Tiresias en ese paseo por el “lado de los malos”: “qué te extraña, Danilo, son prusianos y llevan cuarenta años de estalinismo”. Tengo las fotos de Berlín en papel de 1985, las puedo digitalizar. Pero se me perdieron las de New York de 2012. Deberé acostumbrarme a seleccionar cada vez que saque fotos las que más me gusten y tener copia en papel.
Otro tanto debería hacer Ángel, si quiere mantener el registro de su tragedia y también del rol involuntario de guionista de un nuevo sketch para sumar a los otros veinte de aquella inolvidable película de mediados de los 60 del siglo pasado I Monstri de Dino Risi. Vale la pena verla, o volverla a ver.
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