La presencia del vidrio, en sus dos usos frecuentes en cotidianidad, es ambigua. Puede ser elemento transparente de separación o aislamiento, que deja ver lo que está detrás, o integrar espejos que no son transparentes, pero devuelven de manera invertida la imagen enfrentada.
En el primer caso, el uso en vitrinas, ventanas y vidrieras nos sitúa como si estuviéramos frente un cuadro, tal como se lo concibe desde el siglo XV con el descubrimiento de la perspectiva. Desde este punto de vista, un cuadro es una suerte de ventana que ofrece una visión “real y ordenada”, del mundo y nos permite participar del relato visual que retrata.
Así, en vitrinas, ventanas y vidrieras los vidrios enmarcan, al igual que una pintura, pero a veces reflejan e incorporan otros elementos al encuadre, actuando como espejos transitorios. No es infrecuente mirar escaparates de tiendas, para vernos integrados, junto con lo que está y se mueve atrás y alrededor nuestro ─otros espectadores de la vidriera, peatones, autos, ciclistas─, en movimiento como una película o detenidos, como un fotograma. Y de este efecto puede dar cuenta un cuadro que, desde que fue pintado, fue una granizada que estremeció el vidrio de la ventana abierta por los pintores renacentistas: Las meninas de Diego Velázquez cuyas relaciones especulares viene haciendo reflexionar a espectadores, pintores, fotógrafos y cineastas.
Ayer, 5 de febrero, salimos con Beatriz para el alquiler, caminata y compras sabatinas. El camino hasta el Video Club es abundoso en casas, algunas de ellas, gracias al calor del mediodía, abiertas. El detalle, no menor, permitió colmar mis compulsiones de voyeur, hecho que me valió no pocos retos. Suele haber un recurso a mano, en este paseo fueron dos; el primero es lo que llamo “efecto mirar al cielo” y es pararse en la vereda, piernas abiertas cabeza echada hacia atrás, mirando hacia arriba ─una mano en visera sobre los ojos añade teatralidad, mi caradurismo no llega tan lejos─, en breve habrá otros desconocidos escudriñando las profundidades en lo alto.
El otro, fue ante interiores realmente dispuestos con gusto y, tentada por mis comentarios, la bella claudicó a mis fisgoneos y comenzábamos un intercambio de opiniones estéticas, ahora matizada con la obra de Edgard Hopper, pintor de interiores vistos desde la perspectiva del peatón si los hay. Nuestra flanerie se enriqueció ─mejor, “contrastó”─ por otras ventanas que abrían espacios con un desorden al estilo plot twist (giro en la trama) que volvió a colocar en la vidriera a la ex influencer del orden, Marie Kondo, luego de que, con la llegada de su tercer hijo, cambió despojo y orden, abdicando por el desbarajuste y acumulación caótica.
La cuadra previa al Video Club la ocupan dos altas torres con jardines al frente, la esquina donde nos dirigíamos tiene tres planos encristalados: una puerta en ochava contorneada por dos vidrieras, fue la cereza del postre. Las ventanas salientes con tres lados tiene un nombre que el viernes, pensando en esta nota que estoy redactando, me desconcertó: bow window ─así es la entrada del Video─, y me desconcertó porque siempre relacioné a estas ventanas con los castillos de popa encristalados de los antiguos veleros, donde tienen su cuarto los capitanes, pero bow en inglés es proa ─ya popa es stern.
Hurgando en el Merriam Webster superé la duda, bow también es arqueado o combado. Pero luego Google me quitó la restante: ¿cómo se llaman las ventanas de múltiples hojas en las popas? Fue al ver imágenes del magnífico castillo de popa del HMS Victory, buque insignia del almirante Nelson, que surgió la respuesta. Es impresionante la vista de las tres cubiertas con ventanas con cristales. Estos ventanales son poliédricos, con varias hojas para acompañar de manera armónica la forma redondeada de popa; se los llama bay windows. Saliendo del video comenté a la bella de estas sutilezas náutico arquitectónicas que, de haber vivido por aquellos años, habrían hecho las delicias de Hopper.
Porque si hay algo que caracteriza a Edward Hopper es la manera de ver el mundo, donde se mezcla la particular visión del entorno captándolo a través de su mundo interior y relacionando situaciones que le son inspiradoras; así recrea y moldea arquitecturas y situaciones reconstruyéndolas en forma personal e individual. De alguna manera algunos flaneurs somos Hopper porque, aunque caminemos solos, no estamos aislados y abandonados sino en una soledad integradora, miramos y también somos observados. Hay dos perspectivas a través de la ventana, desde el exterior, el que pasa y atisba, o desde el interior, la del testigo que permanece; distancia o proximidad.
De un lado a otro la ventana agrega la cualidad de un espejo al que es posible atravesar, como Alicia en A través del espejo y lo que Alicia encontró allí, donde cosas que suceden en el relato parecen, metafóricamente, reflejadas en un espejo. Fue lo que le sucedió al protagonista del cuento de Cortázar que permanecía horas mirando a un axólotl en el acuario del Jardin des Plantes, hasta que se transformó en uno de ellos, observando al hombre que pasaba horas del otro lado del vidrio.
Así como, dos siglos y medio después que Velázquez, Picasso y los cubistas fueron una granizada más fuerte que hizo añicos el vidrio de la ventana de los renacentistas; el 10 de noviembre de 1938 otra lluvia de piedras, siniestra y asesina, destrozó los cristales de ventanas y vidrieras de sinagogas y negocios judíos en ciudades de Alemania y Austria: “La noche de los cristales rotos”, acto que fue vitrina de la barbarie nazi que habría de sobrevenir.
Noche anticipada nueve años antes por Discépolo, en Cambalache, por aquello de: “Pero que el siglo 20 es un despliegue / De maldad insolente, ya no hay quien lo niegue… Igual que en la vidriera irrespetuosa / De los cambalaches se ha mezclao la vida”.
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