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Notas de Joe Turner

Hormigas cabezonas y apofenia
Hormigas cabezonas y apofenia

Hace añares, en una entrevista a Mario Vargas Llosa le preguntaron por el hecho más trascendente de su vida, su contestación fue borgeana: “cuando aprendí a leer”; la respuesta me caló hondo. Por aquellos entonces tenía la idea de que leer nos hace personas; mucho más mejores personas.

Como todas las verdades, las mías lo fueron a medias, algunas culturas, carentes de escritura, sobrevivieron en base a tradición oral dejándo registros, aún vivos, de sus historias, leyendas y cosmogonías.

Hoy me resulta evidente que las lecturas de Hitler, Franco y Pinochet no los hicieron personas mejores: “cuando oigo la palabra cultura saco mi revolver” es atribuida a cuanto reaccionario ha pisado ─o pisa─ la tierra desde mediados de los ’30 del siglo pasado. Siguen las dualidades en torno a la lectura, el “¡Muera la inteligencia! ¡Viva la muerte!” de Millán Astray tuvo la respuesta de Unamuno: “¡Viva la muerte!... Suena lo mismo que ¡Muera la vida!… El general Millán-Astray es un inválido de guerra. También lo fue Cervantes. Pero los extremos no se tocan ni sirven de norma.”

De donde es evidente que leer es un sucedáneo del Bálsamo de Fierabrás que consumió el de la Triste Figura, a unos los cura, a otros, intoxica.

A partir de la última década del siglo XX, el hábito de la lectura, se desplazó del papel a la pantalla del computador y de allí al celular. Difícil viajar en un transporte público sin ver a la mayoría del pasaje enfrascado “leyendo” textos o imágenes. Hábito que ganó un neologismo: “nomofobia” ─no incluido en la RAE─ derivado de nomophobia, para los diccionarios Webster y Collins “no-mobile-phone phobia” o temor irracional a quedar sin teléfono móvil. Padezco esa fobia.

Tengo el móvil encendido hasta el momento de dormir; lo activo al despertar. En el primer caso, porque no puedo leer algo y quedarme con la duda de una palabra ─hecho histórico, geográfico, biográfico o artístico─ que ignoro, caso contrario no puedo seguir leyendo. En el segundo, porque lo primero que hago al despertar es consultar el clima y luego hojear diarios.

El viernes 14 de junio, en mi cotidiana lucha de levantarme o seguir acostado, leí en la pantalla un titular de Deutsche Welle que me dio el título ─imposible de no leer la noticia─ y la idea de esta nota: “Leones comen menos cebras por culpa de las hormigas cabezonas”; ignoro si las hay microcéfalas.

Como sea, las hormigas cabezonas son originarias de alguna ínsula ─no Barataria─ del Océano Índico. Así como las ideas y las artes se dispersan más allá de sus fronteras, estas cabezonas llegaron hasta las llanuras de Kenia; allí, los elefantes no comían las hojas de acacias espinosas porque las hormigas nativas, en relación simbiótica con las plantas, merodeaban por las ramas y les picaban la trompa ─Mao Tse Tung, el gran timonel, reflexionó: “una hormiga no puede matar a un elefante, pero se lo puede comer”, los proboscidios kenianos dan fe─. Pero, llegaron las hormigas cabezonas y empezaron a matar a las nativas, los paquidermos, ahora felices, incorporaron a su dieta las hojas de acacia.

La historia, al estilo de la comedia de enredos del Siglo de Oro, continuó, complicada, enrevesada e ingeniosa, con finales inesperados. Porque los leones keniatas se ocultaban, al acecho entre el follaje de las acacias espinosas, para cazar cebras, ahora no pueden. Desarrollaron otras tácticas, cambiaron de dieta y empezaron a perseguir búfalos. La población de cebras ha aumentado y pone en riesgo el hábitat de jirafas y rinocerontes negros, éstos en peligro de extinción.

Esta continuidad de sucesos de este relato ecológico lleva a otro concepto ─de nuevo no incluido en la RAE─ que puede ser aplicado a la narrativa: “apofenia”; del griego apó (separar, alejar) y phaínein (aparecer o manifestarse como fantasía). Esta experiencia de ver conexiones de la realidad con sucesos imaginarios o aleatorios, es una de las maneras como se articulan las historias del que luchó contra molinos de viento, y su empleo del Bálsamo de Fierabrás.

En la primera parte de la novela, el Gracioso Hidalgo le explica a Sancho que esta pócima milagrosa “Es un bálsamo de quien tengo la receta en la memoria, con el cual no hay que tener temor a la muerte, ni hay pensar morir de ferida alguna. Ansí, cuando yo le haga, no tienes más que hacer sino que, cuando vieres que en alguna batalla me han partido por medio del cuerpo, como muchas veces suele acontecer bonitamente la parte del cuerpo que hubiere caído en el suelo, con mucha sotileza, y al justo, une las partes. Luego me darás a beber solos dos tragos del bálsamo que he dicho, y verásme quedar más sano que una manzana”.

En el capítulo XVI, como consecuencia de la pelea a oscuras del Quijote, Maritornes, el arriero, Sancho y el ventero; y de la aporreadura recibida junto con su escudero, el de la Triste Figura, para reponerse de las contusiones, elabora el mejunje y lo bebe. De resultas: “comenzó a vomitar, de manera que no le quedó cosa en el estómago; y con las ansias y agitación del vómito le dio un sudor copiosísimo, por lo cual mandó que le arropasen y le dejasen solo. Hiciéronlo ansí y quedóse dormido más de tres horas, al cabo de las cuales despertó y se sintió aliviadísimo del cuerpo… que se tuvo por sano y verdaderamente creyó que había acertado con el Bálsamo de Fierabrás”.

No pasó lo mismo con Sancho cuando lo tomó: “En esto hizo su operación el brebaje y comenzó el pobre escudero a desaguarse por entrambas canales…”.

Los senderos del señor son inescrutables; cuando busqué en la RAE por Internet nomofobia, no figuraba, y me dio un término que podía estar relacionado nosofobia: fobia a las enfermedades contagiosas. La apofenia me llevó de vuelta a las hormigas cabezonas, al Quijote, y al bálsamo de Fierabrás. Todo un relato.

Mi querido amigo Omar Lopez Mato, oftalmólogo y polígrafo llama a estas derivas “cultura inútil”, aunque aclara que la cultura no es inútil. En su caso esta definición es su fuente Castalia donde abrevar temas e inspiración, porque lo más difícil en el arte de escribir es encontrar de qué escribir. Las Musas saben de esto.

 

 





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