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Notas de Joe Turner

El gato de Harry Lime
El gato de Harry Lime

Gatos y perros son las mascotas más frecuentes. Los segundos demandan dedicación, mostrarles afecto, ajustar rutinas hogareñas, actividad al aire libre dos veces por día y portar la bolsita de plástico; se puede concluir que las personas que necesitan dar afecto optan por perros.

Los gatos, son hogareños, pueden pasar su vida sin salir de un departamento, les basta con tomar sol en un balcón, baño con piedritas en algún rincón ventilado, llevan vida independiente; aparecen cuando necesitan mimos o comida, no suelen perturbar con maullidos; autócratas amos de vida y bienes de la casa y sus habitantes.

Personalmente me doy bien con ambos; no soportaría merodeos en patas de sillones, tapizados, libros, o cualquier elemento masticable o arañable. El caso más extremo que vi fue un play boy y cazador, casado con una famosa vedette y que, hace años, me contactó para que lo ayudara a escribir sus memorias. Había dado la vuelta al mundo varias veces asesinando a cuanto animal, considerara digno de embalsamar. En su mansión en Palermo Chico nos reuníamos en un infinito salón del tercer piso donde, desde las escaleras, saludaban cabezas de elefante, rinoceronte y muflón ─cazado junto con el Sha de Irán─. En el estudio, los cadáveres estaban de cuerpo entero, perros y gatos habían destrozado las patas de un oso y de un león, embalsamados de pie; los cuerpos empajados y con ojos de vidrio, remataban en extremidades de las que restaba el armazón de alambre.

Razones más que suficientes para tener gatos y perros sólo como mascotas literarias y cinematográficas. Las primeras son pródigas en adagios. El gato es el ladino, elegido por Schrödinger para su paradoja: un gato encerrado en un habitáculo que, en un instante determinado, puede estar vivo y muerto simultáneamente. En el mundo de los comics, Garfield es mi favorito, omnívoro saqueador de la heladera, degustador de lasañas, duerme todo lo que puede y martiriza a su dueño y al bobo perro Odie. En dibujos animados los gatos juegan el doble rol: los taimados, Si y Am de La dama y el vagabundo; los benefactores Aristógatos.

Sus hábitos sedentarios los hacen compañía de artistas que trabajan en soledad; ideas e inspiraciones aparecen y desaparecen, en silencio, como compañías gatunas. Por ello son asociados a vigilias, artimañas y alertas. En “Poderoso caballero es Don Dinero”, Quevedo nos cuenta: “En casa de los viejos / gatos lo guardan de gatos”, donde gato es una bolsa para guardar dinero y, a la vez, ladrón; por eso, los cacos andan a la búsqueda de casas donde haya gato encerrado. Gato es una herramienta para levantar grandes pesos a poca altura; o una persona noctámbula o astuta; los hay ágiles como gatos. Gato de nueve colas es el látigo de tortura; gata parida, juego infantil; pelagatos, un mediocre y la curiosidad mató al gato.

Poetas y artistas los incluyen en sus obras; El Gato con botas; Osiris en “Orientación de los gatos” de Cortázar; Borges escribió poemas inspirado en Beppo; “Gato bajo la lluvia” es un inquietante relato de Hemingway; y Guillermo Cabrera Infante reflexionó en un artículo sobre Offenbach: “El mundo se divide en dos clases de personas: las que aman a los gatos y las que no saben lo que se pierden por no tener relaciones con un gato”. Baudelaire les dedicó un soneto “Los gatos”: “Los amantes fervientes y los eruditos austeros / En su madurez, aman por igual / Los gatos poderosos y dulces, orgullo de la casa / Que como ellos son friolentos y, como ellos, sedentarios” (Les amoureux fervents et les savants austères / Aiment également, dans leur mûre saison, / Les chats puissants et doux, orgueil de la maison, / Qui comme eux sont frileux et comme eux sédentaires). Poe, en uno de sus relatos, mutila y asesina un gato negro, Matisse acostumbraba a pintar en la cama en compañía de uno pequeño y atigrado y otro negro y enorme.

Estambul es una ciudad que no se concibe sin felinos que la acompañan desde su fundación e inspiraron el bello documental Kedi, gatos de Estambul de la directora Ceyda Torun. Un paseo por la ciudad desde la perspectiva de los gatos, la cámara a nivel del piso acompaña derivas gatunas por calles, portales, entre los pies de los transeúntes, mercados, balcones, techos y azoteas. Una de las ciudades más fascinantes que conozco en un recorrido de ochenta minutos, con gatos de guías, filmado con la sutileza y arte felino de Ceyda Torun. Queda Jones, el gato de Alien el octavo pasajero de Ridley Scott, que retrocede antes que el xenomorfo le dé matarile a Brett y al que Ripley rescata con ella cuando, únicos sobrevivientes, escapan de la nave Nostromo.

Los perros tienen un universo literario y actoral más activo, son carne de perro, baratos y resistentes, dan un humor de perros, y hay que matarlos para que, con ellos muera la rabia. Cuando Ulises regresa de incógnito a Ítaca, luego de veinte años de ausencia, es reconocido por su perro Argos, que lo ha estado esperando, y luego muere. El homicida y querible Montmorency, foxterrier de Tres hombres en un bote sin contar un perro; un serial killer de pollos y gallinas que, en la ausencia de su dueño, era llevado a escondidas por el jardinero a un centro de apuestas porque “mata ratas contra reloj”. Jack London los hace protagonistas en dos novelas como símiles de la naturaleza humana, para resultar fieles como perros. En Viajes con Charley, John Steinbeck narra un recorrido de más de quince mil kilómetros en una caravan, cuando atravesó treinta y cuatro estados solo en compañía de su caniche francés. A lo largo del viaje dialoga con Charley, lo consulta y a veces discrepa. En el cine, dos deslucidos actores: Lassie y Rin Tin Tin.

Un anónimo gato lleva las palmas de la pantalla. En El tercer hombre de Lou Reed, a fines de la Segunda Guerra Mundial, Holly Martins, escritor de novelas wéstern, llega a Viena porque Harry Lime, amigo de infancia, le ofreció trabajo. Al llegar, se entera que Harry ha muerto el día anterior, el jefe de policía, cuando ve que Holly ignora las actividades criminales de Harry, lo pone al tanto de estas. Holly no cree en la culpabilidad de Harry y, convencido de que fue asesinado, se propone hallar los culpables. En busca de información, entrevista a Anna, novia de Harry y frecuenta su compañía.

En algún momento, en casa de Anna, aparece el gato de Harry, ella le explica a Holly que el gato solo se da con Harry; de regreso al hotel, Holly ve al gato y lo sigue; la escena que sobreviene dura poco más de dos minutos. Es narrada por la cámara con planos expresionistas, grandes angulares y claroscuros. De repente, en un umbral en ruinas relumbra un par de zapatos negros, el gato se refriega contra ellos, un spot rompe las penumbras; la cámara en contrapicado sube; pantalón, sobretodo y sombrero orión negros, se detiene en la cara iluminada y los dientes blancos de Harry, el más atractivo y seductor villano del cine negro, le dirige una sonrisa a Holly y desaparece en las sombras.

Pocas veces he visto esa conjunción de personajes, técnicas de cámara y música. Esta escena, antológica del cine negro, es inconcebible sin el fondo del tema Harry Lime, en la cítara de Anton Karas.

 





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