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Notas de Joe Turner

Tinnitus, fosfenos y acúfenos
Tinnitus, fosfenos y acúfenos

Tinnitus, fosfenos y acúfenos

 

Hojeo un cuaderno donde registro ideas o lecturas que puedan dar para una nota y veo: viernes 9 de agosto, 21:15 conversación con Sasha (mi hermano) donde me dijo que padece de tinnitus. Le pregunté de qué trataba y si es contagioso. “No es contagioso” y aclaró que es una dolencia que consiste en escuchar ruidos –pulsaciones, zumbidos o pitidos– inexistentes.

No más terminar la conversación hospedé las dos palabras nuevas en otro de mis maníacos, cuasi neuróticos, cuadernos al que he bautizado Diccionario Caótico, desordenado alfabéticamente –ya son casi 80 páginas–. En él escribo a mano –con tinta de alguno de los cinco colores que uso; otro toc– fecha y significado de vocablos que aparecen en mis lecturas y al cual en momentos de ocio, visito al azar, por supuesto, para rescatar algún término y alojarlo en mis escritos.

Las nueve musas suelen iluminar a los majaretas obesos. El lunes 5 de enero de 2023, fueron el ante penúltimo y penúltimo registros: acúfeno y fosfeno dichosas coincidencia. Para la RAE, acúfeno es: “Sensación auditiva que consiste en percibir sonidos que no proceden de fuentes externas”; fosfeno: “la sensación visual producida por la excitación visual de la retina o por una presión sobre el globo ocular”.

Hace años tuve una traumática experiencia con un fosfeno rectangular, luego de sacar fotos con flash de una de mis bibliotecas, tuve la poco feliz idea de hacerme un autorretrato con fondo de estanterías; ajusté el foco de la cámara a un metro, estiré los brazos y disparé. No tuve presente la idea de apagar el flash. Nunca olvidaré la rectangular explosión enceguecedora –lo de la explosión, es cinestesia; en el sentido sicológico y retórico– que me golpeó los ojos. De repente se hizo oscuridad donde relumbraba el rectángulo blanco amarillento del flash. Cerré los ojos y seguía viendo un rectángulo luminoso en la negrura. Bref, tardé lo que me pareció una eternidad en recuperar la visión, eso sí, el rectángulo de luz tardó como dos horas en apagarse gradualmente. Fue la madre de todos los fosfenos que en el mundo han sido y serán; los adeptos del lunfardo cuidarán mucho de usar los términos flash y flashear después de una experiencia semejante. Sin duda ese fue el origen de mi rechazo por las selfies.

Los derivas –o delirios– literarias y estéticas, relacionan lecturas, reacomodan cuadros, esculturas, edificios, pinturas y fotos y engendran nuevas relaciones. En forma desordenada, tan caótica como la de mi diccionario, y tal como Bergson imaginaría que pasa por la durée, los remezones que me sacudieron no fueron en sentido líneal. Lo interesante, por lo menos para una rata de biblioteca con mi prontuario, es que acúfeno o tinnitus y fosfeno, me llevaron a otros rumbos, semánticos y literarios. Ahora acúfeno activó mi voz de la conciencia, en el sentido de reflexionar, desde el presente, hechos del pasado.

Lo primero, que me trajo mi voz de la conciencia, fue uno de los diálogos magistrales de Trampa 22 de Joseph Heller. La escena transcurre en un hospital; Yossarian, piloto de un avión bombardero, le comenta a su amigo Clevinger que, en sus misiones de combate, los artilleros antiaérea italianos y alemanes están tratando de asesinarlo; a lo que éste le responde que nadie está tratando hacerlo; “Entonces por qué me tirotean”; “Ellos le tiran a todo el mundo; tratan de asesinar a todo el mundo”; “Y bueno, ¿cuál es la diferencia?”. Es la mejor descripción que he escuchado de los delirios de persecución paranoicos.

Acúfeno, tinnitus y fosfeno, ya en su etimología nos remiten a la Ilíada, la Odisea y al comienzo de la literatura. Acúfeno, del griego akoé (escuchar, oír) y faino (alumbrar, hacer visible); tinnitus, transcripción directa del latín (ruido metálico, tintineo); fosfeno, del griego faós (luz) y faino. Qué otra cosa hace Homero sino invocar a la Musa para que le cuente o le hable de los hechos que piensa relatar; en otras palabras que le hable y lo ilumine. Veintiséis siglos después de Homero, el escritor argentino José Hernández le hace decir al gaucho Martín Fierro; ya en la segunda sextina: “Pido a los Santos del Cielo / Que ayuden mi pensamiento; / Les pido en este momento / Que voy a cantar mi historia / Me refresquen la memoria / Y aclaren mi entendimiento”.

Por su parte Jorge Luis Borges, en los dos últimos tercetos de “Proteo” –uno de sus poemas que me jacto de saber de memoria– leemos, parole più parole meno aunque resumido: “Urgido por las gentes asumía / la forma de un león o de una hoguera / o de árbol que da sombra a la ribera / o de agua que en el agua se perdía. / De Proteo el egipcio no te asombres, / tú, que eres uno y eres muchos hombres”. Tinnitus y fosfenos de Canto IV de Odisea, cuando Menelao le cuenta a Telémaco de los ardides que tuvo que valerse para obligar al multiforme y mañoso Proteo a que indicara cómo abandonar las costas egipcias y volver a Esparta.

De acúfenos y fosfenos se construyen la literatura y el arte. Calamo currente me afloran ecos de la Divina Comedia, Canto VI que resuenan en el relato “Cecco Angiolieri, poeta rencoroso” en Vidas imaginarias de Marcel Schwob; a su vez los ecos de “Eróstratos” de Vidas imaginarias cimientan el prólogo de Victorianos eminentes de Lytton Strachey. Además, no puedo ensoñar el Guernica de Picasso olvidando fosfenos y tinnitus que parecen desprenderse y resonar de los cuerpos de los ajusticiados en Los fusilamientos del 3 de mayo; en el jinete caído en La conversión de San Pablo de Caravagio; en la mujer del extremo izquierdo de La masacre de los inocentes de Guido Reni.

Terminé de escribir antes de la revisión definitiva, volví a sus estantes los libros retirados a medida que necesité consultarlos. En la contratapa de Vidas Imaginarias, un sobre, adentro, cuidadosamente doblada, una página del viejo suplemento literario de “La Nación” con una nota sobre vida y obra de Marcel Swob. Domingo 6 de septiembre de 1998.

Un fosfeno dentro de un tinnitus.

 

 





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