Este año que termina inauguró la corrección política en el Museo del Prado. Se han modificado títulos de más de mil cuadros y veinte mil de textos cambiando “deforme” o “disminuido” por “acondroplásico” o “persona con discapacidad”, también podrían retitular “enano” por “ser humano de estatura sensiblemente menor de la media”.
El Museo del Prado no hizo más que seguir los pasos del Rijksmuseum, de Ámsterdam que, en 2016, cambió carteles con palabras como indio, enano, esquimal, moro o mahometano y negro, por considerarlos despectivos. El ejemplo más contundente fue Jovencita negra, óleo de un pintor holandés que ya aparece como Mujer joven con un abanico. Imagino a un traductor haciendo una versión en neerlandés de Otelo el beréber de Venecia; por no hablar cuál sería su versión de aquel primer libro de cuentos de Alberto Laiseca que, de ahora en más, devendrá para las futuras generaciones en Matando ciudadanos de estatura sensiblemente menor a la media a garrotazos. Recuerdo, por los años en que vivimos en Brasil, que un diputado tuvo la ilustre idea de pedir que se prohibiera el uso de la palabra morfético (leproso) y se usase hanseaniano (víctima del bacilo de Hansen).
Cinco años antes, de esta movida onomástica en los museos, en 2011, un so-called profesor de literatura de una universidad de Alabama ─semillero del Ku Klux Klan─ había leído varias veces Las aventuras de Huckleberry Finn y llegó a una conclusión digna de Carlos Argentino Danieri; la palabra nigger aparecía 299 veces. Trascartón, una editora de ese estado resolvió publicar su edición políticamente correcta, donde la palabra nigger fue cambiada por esclavo. Una de las argumentaciones de este homínido (i)letrado fue que la mejor amiga de su hija era “afroamericana” y no podía leer Las aventuras de Huckleberry Finn porque le molestaba la palabra nigger, tengo para mí que no podía con él porque se aburría, y esto tampoco es un problema; no creo que sustituido nigger por slave, el libro fuera más del agrado de la amiga.
Olvidó, este golem de Pierre Menard, que en Pulp Fiction de Tarantino la palabra nigger, en boca de niggers es un lugar común. Por eso lo imagino, luego de sus clases de literatura, yendo a comprar zapatos a una tienda políticamente correcta de su ciudad en Alabama: “¿Por favor señor vendedor, quisiera un par de zapatos color afroamericano?”; “Con gusto señor, ¿qué tono de afroamericano?, en este momento los tenemos en Ibo, Mandingo, Bantú, Tuareg, Magrebí, Eritreo, Tutsi y Hutu; “Mire, me lo pienso bien, me llevo unos zapatos color servidumbre apartheid afrikaaner nomás, es mucho más cheto”.
Dios está en los detalles, frase atribuida a Mihes Van der Rohe, sin embargo pareciera que la tomó prestada de Flaubert quien, su vez, la birló a San Agustín; ya no importa quién fue el autor. Sí importa que Dios está en los detalles. Y los detalles están en las palabras. Si Eróstrato entró en la historia ─Marcel Schwob y Sartre dejarán constancia─ por incendiar el templo Artemis en Efeso y hoy todo el mundo sabe su nombre, aunque no el del arquitecto que lo construyó; no será el caso de este dómine. Y mal que le pese a él y a su editor de Alabama, los niggers de Huckleberry Finn seguirán siendo niggers, porque, entre otras cosas, esa novela es un bildungsroman y en ella el nigger esclavo fugitivo Jim le da a Huck lecciones de lealtad, ética, moral y amistad. Y Dios sigue en los detalles porque nigger is beautiful, el racismo no está en la palabra sino en quien la lee y pretende imponernos su acepción; pasando por alto, también, por qué el autor, en su momento, la eligió.
Pero el arte, como en la letra de la canción de Rubén Blades, Pedro Navaja, “la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida”. Antes de toda esta revolución de lo políticamente (in)correcto, en 2001, un negro de verdad, Percival Everett, académico con un master en escritura creativa por la Universidad de Brown ─que para más inri tuvo como fundador un potentado traficante de esclavos─ escribió Erasure (2011), traducida, ese mismo año, como X, novela que tuve la suerte de comprar en Madrid.
La historia es más desopilante que las películas de Tarantino, el protagonista, Thelonious Ellison es profesor universitario, tercera generación de académicos, narrador y negro, graduado en Harvard con honores, amante de la música de Mahler, su narrativa está influenciada por el nouveau roman y el teatro de Eurípides. Pero sus novelas no son lo bastante “negras” para el gusto de la industria editorial: no escribe relatos ambientados en ghettos de negros, que consiguen anticipos de millones y acaban adaptándose en Hollywood. Un día, harto, empieza a escribir en esa línea, pero con seudónimo, sus personajes, negros, son ladrones, cafishos, drogones, violadores y prostitutas; éxito editorial porque expresan la “voz de la negritud”.
Pero en 2021 y 2024 Percival Everett multiplicó el envite con The Trees (Los árboles, en español, 2023) y James (James en español, 2024). En Los árboles, en un imaginario pueblo de Mississippi, pueblo chato habitado por blancos mersas, aparecen cadáveres de tipos blancos, al parecer han sido ahorcados con alambres de púas oxidados, algunos con la cabeza tan machacada que se le ven los sesos, a otros le han arrancado las bolas, que las tiene en la mano el negro que aparece parado a su lado en una foto; siempre es el mismo negro en todos los crímenes; aparentemente, el negro es un cadáver anónimo, secuestrado de la morgue cada vez que un asesinato lo requiere. Que el pueblo sea del estado de Mississippi, cuyas masacres de negros ─y blancos defensores de sus derechos─ fueron magistralmente llevadas a la pantalla en Mississippi en llamas (1988), puede ser una coincidencia, tengo mis dudas.
En James hay otra visión de la esclavitud, es una reescritura de Las aventuras de Huckleberry Finn, pero ahora narrada por Jim, no por Huck, y solo en las escenas que Jim figura en la novela de Mark Twain; Jim es el esclavo fugado, al enterarse de que su dueña lo va a vender, separándolo de su familia, que intenta llegar a Illinois, estado no esclavista, ganar dinero y rescatar a su familia.
Inesperado cambio de perspectiva, similar a los relatos de Historia universal de la infamia. Mark Twain, sin dudas, era antirracista, pero narra como hombre blanco; este nuevo punto de vista equivale a la toma del poder de los negros y también su voz al momento de contar la verdadera historia. Pasado y futuro son gracias exclusivas del género humano, no hay vertederos para historias desguazadas; lo que ayer era acerbo de ahora en adelante puede ser placentero, como un festejo de año nuevo.
Nigger is beautiful, más contundente que los Panteras Negras, los cambios de títulos en las obras de arte de los museos ─se me olvidaba Diez negritos de Agatha Christie por Eran diez─ y el paleto profesor de Alabama que reescribió Las aventuras de Huckleberry Finn.
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