Leo en un diario español una nota sobre el ácido humor e insuperable maestría en el arte de injuriar con juegos de palabras de Quevedo; aunque no siempre, pese a su talento y ser rico hidalgo salió bien parado de agresiones poéticas. Entre 1629 1621 pasó dos años desterrado en la Torre de Juan Abad, propiedad de su familia.
Esta reclusión es conocida por su soneto sobre el diálogo en soledad con la biblioteca: “Retirado en la paz de estos desiertos, / con pocos, pero doctos libros juntos, / vivo en conversación con los difuntos, y escucho con mis ojos a los muertos”.
Los muertos de mi biblioteca gozan de buena salud y nuestras conversaciones avivan deseos por viajar al pasado; a la hora de conversar con difuntos, mi polo norte es el siglo II, allí, de manera ineluctable, recalo en Luciano de Samósata, punto de partida, carta de marear y bitácora, para navegar hacia el presente en diálogos con occisos.
Si algo caracteriza a los escritores griegos del siglo II es la revisión y cuestionamiento crítico que hicieron de su cultura pretérita, búsqueda intelectual que marcó a Luciano y, entre otros, a Filóstrato y Calístrato. Fue una suerte; en los próximos milenios, la santa madre iglesia sentaría el modus operandi de las dictaduras contemporáneas, donde lo que no está prohibido es obligatorio y esta forma de cuestionar la realidad se volvió punible.
En su siglo, sin persecuciones para viajar al pasado, Luciano no dejó mito, tradición literaria ni costumbre social por dar vuelta como un guante para revisar sus costuras. Recaló en lo que hoy llamamos “cultura clásica” en busca de un camino que no copiara o siguiera tradiciones históricas: los viajes de Ulises y Jasón, la filosofía, los sofistas, los juegos olímpicos. Búsqueda y reescritura que le permitió sentar las bases de una manera de abordar el mundo de la ficción y el pensamiento crítico, libre de cualquier canon.
Así creó un nuevo protagonista literario ─par de Edipo o Prometeo─: el Golem; los primeros viajes espaciales, el humor satírico y los mundos absurdos; prefiguró El viaje del Parnaso de Cervantes, y los viajes fantásticos que vinieron: Cyrano, Gulliver, Micromegas y Cándido de Voltaire, las aventuras del Barón de Münchhausen.
Pero la interlocución más fluida ─el hecho de ser imaginaria la hace más veraz─ que relaciona a Quevedo y Luciano está en los Diálogos de los muertos, donde el de Samósata retoma un locus amoenus, de la literatura greco latina, el descenso al inframundo. Treinta relatos donde arremete contra deidades vinculadas al mundo subterráneo, como Hades o Perséfone, y avanza con la tradición homérica y los protagonistas que descendieron al Hades. Ulises con Homero y Eneas con Virgilio quien, en Divina comedia, lo guiará a Dante, en Infierno y Purgatorio.
Luciano continuará con personajes de la tragedia griega, empezando con Tiresias, adivino ciego transexual avant la lettre; fue incapaz de adivinar su destino. Un día Tiresias vio dos serpientes apareándose, intentó separarlas y mato la hembra, a raíz de esto, se convirtió en mujer; años después, volvió a ver otras serpientes en las mismas circunstancias, volvió a golpearlas con su bastón para separarlas y mató al macho, al hacerlo se convirtió nuevamente en varón. A raíz de esta experiencia fue convocado por Zeus y Hera para dirimir una vieja disputa que tenían como matrimonio ¿quién experimentaba más placer sexual, hombres o mujeres? Tiresias respondió que el hombre goza una décima parte del placer que la mujer; Hera, indignada por haber revelado su secreto, lo castigó dejándolo ciego.
Tras rematar con Alejando Magno, Luciano sigue con sus contemporáneos: políticos, ricos, cazafortunas, atletas, filósofos; todos van a parar a la fosa. La bella Helena reducida a una calavera, héroes y políticos del pasado comparten el mismo destino: la igualdad ante la ley (isonomía) de la muerte y del Hades es implacable. Diálogos de los muertos funda otra tradición literaria ─término que a Luciano le habría hecho poca gracia─ que, valga la contradicción, sobrevive hasta el presente.
En la literatura iberoamericana, el primer heredero fue Machado de Assis, quien bebió en la Fuente Castalia de Luciano, paternidad que evidencia en la alusión directa la obra del de Samósata, en sus novelas y relatos, pero de manera evidente en el cuento “Galería póstuma”; el protagonista ausente, Joaquim Fidelis, es, salvando siglos de distancia, un personaje redivivo de Diálogos de los muertos. Una madrugada de junio de 1879 Joaquim Fidelis, querido y respetado por amigos y conocidos, regresa de un baile, registra en su diario las experiencias de la velada, se acuesta y no se vuelve a despertar. En una reunión posterior, su sobrino y cinco amigos se reúnen para recordar al difunto y descubren su diario, resuelven leerlo en voz alta como una manera de volver a conversar con él… vale la pena leer lo que los cinco descubrieron.
Poe en “La conversación de Eiros y Charmión”, ofrece la conversación de Eiros, víctima del apocalipsis, cuando desapareció la vida en la tierra, y Charmión, fallecido diez años antes; el primero le explica al segundo lo que ha pasado en el mundo luego de que dejara este valle de lágrimas, por su parte, Charmión el futuro de ambos en el Edén. En una idea semejante a Poe, Borges, en “Diálogo de muertos” (1957), muestra a Rosas cuando llega al inframundo el día de su muerte, allí lo espera Facundo Quiroga y lo incrimina por ser mentor de su asesinato; Rosas concluye: “esta discusión me parecen un sueño, y no un sueño soñado por mí sino por otro, que está por nacer todavía”, clara alusión a Perón, futurología literaria que anticipa un porvenir tan negro, como otro literario viaje, el de H. G. Wells. En La máquina del tiempo, el protagonista vuelve de una visita al año 800.000, habitado por los Eloi, hedonistas, sin imaginación, destreza física ni inteligencia ─cualquier semejanza con viajeros de las redes sociales en buscas de likes es casual; el futuro de H. G. Wells es hoy─. Por las noches, los Morlocks, tatarabuelos de los actuales y socorridos zombies, salen de las profundidades de la tierra a ganarse el cotidiano y nocturno sustento: los Eloi que se les cruzan ─los imagino, caminando distraídos y chateando en sus celulares antes de ir a parar al asador─. Mejor volver al pasado.
En busca de conversaciones con difuntos, una de mis revisitadas es Antología de Spoon River; otra variante, la historia del pueblo y de sus habitantes contada por los epitafios de las lápidas del cementerio que dialogan entre sí; suerte de comedia humana balzaquiana pero con muertos: el juez corruto que se reconoce culpable, la muchacha violada, el sacerdote que conoció secretos y miserias, el asesino que fue ahorcado, la prostituta que atendió a los ilustres del pueblo, el banquero que estafaba a sus clientes. Los epitafios locuaces hacen aflorar lo inmerso y las vidas ocultas. La muerte ha igualado sueños y pesadillas, logros y frustraciones, verdad y mentira.
Como un toque de difuntos los primeros versos de Spoon River Anthology, redoblan en estas historias de vidas contadas por muertos que sobrevendrán a continuación: “Where are Elmer, Herman, Bert, Tom and Charley / The weak of will, the strong of arm, the clown, the boozer, the fighter?... Where are Ella, Kate, Lizzle and Edith? / the tender heart, the simple soul, the loud, the proud, the happy one?... All, all are sleeping, sleeping, sleeping on the hill. (¿Dónde están Elmer, Herman, Bert, Tom y Charley / el apático, el de brazo vigoroso, el payaso, el borracho, el peleador?... ¿Dónde están Ella, Kate, Lizzle y Edith / la de corazón sensible, la del alma simple, la barullera, la orgullosa, la feliz?... Todos, todos están durmiendo, durmiendo, durmiendo en la colina)”.
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