El jueves 4 de febrero, luego de nuestra primera visita ordenada de acuerdo a nuestros planes -asimilada la experiencia de perdernos en la ciudad el día anterior-, de vuelta en el hotel, abrimos una caja de confituras turcas; Beatriz se prepara un té y yo reincido con mi invención, un grog de raki -media taza de agua caliente y media de raki-. Antes de escribir las impresiones del día, navego por internet, la primera entrada fue para buscar en Mercado Libre un libro que leí en mi temprana adolescencia y que, a la salida de Santa Sofía, repuestos del peso de la historia que se nos cayó encima, le comenté a Beatriz: El ángel sombrío de Mika Waltari. Lo encuentro, lo compro y arreglo de abonarlo contra entrega en mi oficina, a continuación le mando un e-mail a mi hermano para que se encargue de los trámites de pago. Mi segunda búsqueda es para reforzar un concepto que había estudiado alguna vez: el "punto ciego", esa distancia física en la que, como observadores, dejamos de percibir imágenes del entorno que nos rodea. Me interesa la relación entre escritura e imagen y, de manera continua, busco nuevas formas de articularlas, por eso el concepto de "punto ciego" como estrategia narrativa me parece todo un hallazgo. No tiene nada que ver con la "teoría del iceberg" de Hemingway; más bien se toca, de manera muy tangencial, con la idea de "hamartía" como la desarrolla Aristóteles en su Poética, errar por desconocimiento. Y, ya en nuestro segundo día de inmersión en la ciudad, supe que la palabra escrita ya estaba dada por lo que habíamos estudiado, aprendido y programado visitar antes de nuestra partida; y la imagen aparece en todo lo que vamos descubriendo, si bien, valga la redundancia, la representación figurativa y la cultura musulmana no son lo que se pueda decir, muy afines.
Porque en nuestro caso, la imagen es más compleja, mezcla de percepción visual, olfativa, y sonora de calles, personas y gestos -en esta parte del viejo casco histórico de la ciudad donde estamos parando, sorprende la cantidad de mujeres con ropas occidentales a la moda pero con el típico pañuelo, hijab, en la cabeza-, vendedores de comida -imposible no caminar por Estambul sin comer castañas asadas al precio inalterable 5 liras los 100 gramos, que los vendedores pesan en una balanza romana que cuelga del techo de sus carritos-. Pero todo lo escrito -y leído- no coincidía exactamente con lo que vimos en toda la jornada y, en algún momento a nuestro regreso al hotel, desde el fondo de mi cerebro, resonó súbito esa palabra -tan a propósito tratándose de esta ciudad- "sésamo ábrete". Pero ahora fue su glosa, "punto ciego ilumínate", aquellas cosas que existen pero que por nuestra perspectiva, no siempre las podemos percibir. Una realidad que permanece invisible y presente al mismo tiempo. La primera experiencia "de punto ciego" fue en la charla que, en un anexo de la Mezquita Azul - Sultanahmed Camii-, nos da un imán. Nos cuenta de la historia del sultán Ahmed y de su educación, de su precoz asunción al poder, de su proyecto de construir la mezquita, del arquitecto, de los cimientos que resultaron ser antisísmicos, y de los huevos de avestruz que hay en los candelabros para evitar que las arañas tejan sus telas. Las proyecciones en power point nos van revelando realidades, que permanecerán invisibles en nuestro posterior recorrido pero no en nuestro aprendizaje. Vino luego otro "punto ciego", Santa Sofía, porque habíamos visto sinagogas y mezquitas reconvertidas como iglesias, pero nunca una catedral reconvertida en mezquita, ver los restos de los mosaicos bizantinos recuperados nos termina de convencer de que debemos visitar San Salvador en Chora. Pero esto fue cuando volvíamos al hotel, nos recuperamos del "síndrome de Stendhal" de Santa Sofía y fuimos conscientes de nuestra ignorancia sobre todo lo subyacente en la ciudad. Los puntos ciegos brillaron como la vía láctea en nuestro desconocimiento de la realidad en que estábamos inmersos. Y el comienzo fue Bizancio, su historia, la caída de Constantinopla y sus restos arquitectónicos que perviven hasta hoy.
Dentro del firmamento de nuestra ignorancia queda una certeza, volver a releer lo leído, conocer más de la historia de la ciudad, aprender un vocabulario elemental del idioma turco. Porque los enigmas de la ciudad continúan, glosando Penny Lane de los Beatles sabemos que Estambul is in our ears and in our eyes. Imágenes y sonidos que se entremezclan y se vuelven a combinar en forma de recuerdos proteicos.
El sábado 6 un día muy claro y soleado, pero inusualmente frío. Desde el mirador de la Torre Gálata, en Pera saco fotos de los 360 grados que se ofrecen al objetivo de la cámara: el Cuerno de Oro, las mezquitas, el Bósforo -Bósforo, el vado de la vaca y me acuerdo de Io y de Metamorfosis de Ovidio- el Mar Negro, la parte asiática de la ciudad: Üsküdar, el mar de Mármara, las mezquitas del Cuerno de Oro. Es mediodía, una bóveda sonora resuena en el aire gélido y luminoso, envolvente como la atmósfera de un relato que nos atrapa, el adhan de los incontables minaretes que nos circundan, llama a la segunda oración diaria. Tengo las fotos, no tengo la melodía que parece surgir detrás del horizonte, por debajo de la tierra, desde el cielo.
El lunes 8 hacemos un crucero por el Cuerno de Oro y el Bósforo, al adentrarnos en el estrecho, la corriente a ocho nudos hace rolar y cabecear nuestro barco, tengo fotos de la bandera en el mástil de, proa recta y tremolante, no tengo el olor del agua, el murmullo de las espumas que cabrillean ni el aletear de las gaviotas que pasan rozando nuestras cabezas. Por la tarde recorremos por última vez el Bazar de las Especias, compramos algunos regalos, en un negocio me entusiasmo con un pequeño rosario musulmán, el vendedor dice que es ámbar del Báltico. La borla es un discreto cordón negro rematado en un nudo. Solo puede ser ámbar, se que la variedad es de color cognac puede ser una marca de autenticidad, veo las diminutas cuentas a trasluz, en algunas se ven motas que pueden ser pequeñas semillas o granos de polen o eso quiero creer.
A mediodía del miércoles 9, en el vuelo de Estambul a París, resuelvo volver a ver la película Bridge of Spies -más tarde a nuestro regreso me enteré en mi videoclub que ganó el Oscar por el mejor actor de reparto- subtitulada en inglés y con mi libreta en la mano para anotar algunas palabras que no entendí la primera vez. Pero antes termino de anotar las últimas experiencias en mi diario y antes, ni bien pasaron los comisarios de a bordo con la bandeja de bebidas, pedí un vaso de raki. Pienso en otras historias del sitio a Constantinopla que he ido descubriendo en la semana que estuvimos en Estambul, noche a noche, mientras navegaba por internet buscando aclarar nuevos "puntos ciegos", me acude otro, durante el sitio final a Constantinopla en 1453, la de los 20 marineros genoveses empalados del lado de Benyoglu, en vísperas del asalto final, para atemorizar a los sitiados, y de la respuesta de los bizantinos, 80 prisioneros turcos colgados de las murallas enfrentados a los empalados con el Cuerno de Oro de por medio, para mostrarle a los sitiadores que su moral estaba intacta. Recuerdo la visita al Acueducto Cisterna Basílica y la Medusa con la cabeza invertida -un enigma que ni Ovidio pudo prever en su Metamorfosis-. Empieza Bridge of Spies. Me acude otro concepto que leí hace años y que se complementa con el de "punto ciego", las "trece variedades de perspectiva de James Gibson", da como para escribir un pequeño ensayo. Como aprendí viendo a los comerciantes del Gran Bazar y del Bazar de las Especies, hago deslizar entre los dedos de mi mano, las cuentas color cognac de mi teshbi, hacia adentro para invocar en beneficio propio por el pronto regreso a la ciudad. Por la textura de las pequeñas esferas, sólo puede ser ámbar.
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