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Escritor Argentino

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Homo legens

Dal Masetto y Washington Irving
Dal Masetto y Washington Irving

No recuerdo cómo me las ingenié para contactar a Dal Masetto. Yo había visto la película Hay unos tipos abajo, de la cual fue coguionista y tuvo un cameo en la escena del tren; trascartón devoré la recién editada Siempre es difícil volver a casa y se la recomendé a un querido ex profesor, Rodolfo, con quien compartimos la expulsión masiva de la UNC con el golpe del ’76.

Ese 1985, Rodolfo Borello, radicado en Canadá, vino a pasar su año sabático en Buenos Aires; ni bien nos vimos le recomendé Siempre es difícil…. Cuando la terminó coincidimos en que, en la pelea entre centauros y lapitas librada en torno a cuál era ─por aquellos años─ el mejor escritor argentino, Antonio los podría arrear con las riendas a los otros dos en disputa, me fui por las ramas.

Antes del primer encuentro con Dal Masetto, lo seguía por sus notas en “El periodista”, ni bien acabé con Siempre es difícil… rastreé otros libros suyos: Siete de oro y Fuego a discreción. Cumplido el rito iniciático, me puse en campaña para contactarlo; nos encontramos en el bar El verde. Como era de esperar, empezamos hablando de Siempre es difícil volver a casa y expuse mi impresión sobre ella. Leí una metáfora de las masacres de la dictadura militar y el opio de los pueblos de un final de fútbol parecido a un final de básquet; la plaza de Mayo repleta agradeciéndole a Videla por la goleada y, años después con la plaza también repleta, vivando a Galtieri.

Antonio me escuchó, se encogió de hombros, esbozó aquella sonrisa leve que lo caracterizaba, apaciguadora como un Dry Martini bien helado y con cuatro aceitunas en el anochecer de un día agitado. Sacudió la cabeza en un gesto ambiguo, y no supe si era por considerarme un diabólico genio de la crítica o un pelotudo seráfico; fue un oráculo tan enigmático como el de una pitonisa. Siguió la pregunta naïf que ─Homero dixit─ “se escapó del cerco de mis dientes”: ¿cómo hacía para escribir una columna todas las semanas?, ¿en qué Fuente Castalia bebía? “Es práctica, ya te vas a dar cuenta”.

Hoy lunes 3 de junio de 2024, escribo estos recuerdos y pienso, a propósito de aquella sonrisa de Giocondo en El verde, en los versos de Cervantes cuando cuenta de su imaginario viaje con una caterva de poetas: “Llegóse en fin a la Castalia Fuente / y en viéndola, infinitos se arrojaron / sedientos al cristal de su corriente. / Unos no solamente se hartaron, / sino que pies y otras cosas / algo más indecentes se lavaron”. También que, en aquel primer encuentro, a propósito de su novela, me contó que tenía en mente la continuación; “algo así como la venganza del conde de Montecristo”.

Fiel y espaciada, la relación continuó, me visitó un par de veces en la librería, luego dejamos de vernos y hablarnos durante mucho tiempo. Pero Antonio resultó memorioso como Funes. Dieciséis años después de la primera cita en El verde, recibí un sobre con el resultado de su inspiración en El conde de Montecristo, Bosque con la dedicatoria: “Para Danilo Albero-Vergara, un fuerte abrazo. A. Dal Masetto”; le agradecí por teléfono y tuvimos una larga conversación. Nueve años más tarde el cálamo de Antonio fue más locuaz, “Para Danilo Albero-Vergara, un abrazo amistoso de Antonio Dal Masetto. 2010.", la dedicatoria en La Culpa; otra charla por teléfono y la promesa de juntarnos; como en casos anteriores, sólo fue promesa.

El martes 3 de noviembre 2015 leí en la contratapa de Página 12 “In God we trust” y, en la volanta la aclaración de que Antonio había fallecido el día anterior. El relato me recordó al cuento de “O anel de Polícrates”. En donde Machado de Assis relata la historia de Xavier que ve, desde la ventana de su casa, pasar a un jinete cuyo caballo se encabrita, sin embargo, la habilidad ecuestre del desconocido hace que el caballo retome el paso. A partir del incidente, Xavier piensa en acuñar una sentencia “La vida es un caballo chúcaro”, y acrecentó, “quien no es caballero, que lo parezca”, de inmediato fabula que esa reflexión se vuelva un dicho popular. Al día siguiente, como al pasar, se la dice a un amigo, semanas más tarde la escucha en el diálogo en una obra teatral; y, pocos días después, en la declaración de un político en el titular de un diario.

Con Xavier se repitió la historia del rey Polícrates quien, por su buena suerte, tuvo el desagradable presentimiento de quedarse sin ella y consultó un adivino; éste le vaticinó que, para conjurar sus presagios y ahuyentar la mala fortuna, se desprendiese de su objeto de valor más querido. Polícrates optó por una sortija de oro con una esmeralda; fue al puerto, ordenó a un pescador que lo llevara mar adentro y la arrojó a las olas. Días después, otro pescador atrapó un pez enorme de carne muy preciada y decidió obsequiarlo a Polícrates a cambio de una recompensa. Cuando los cocineros se dispusieron a guisar al pescado encontraron en su estómago el anillo arrojado al mar.

El domingo 26 de mayo de este año leí en Página 12 una nota publicada por Antonio Dal Masetto, “Lechón”, publicada el martes 4 de marzo de 1997, por similitudes caninas con nuestro presente. “Lechón” es el relato de una persona que cena cerdo asado a sabiendas que le puede provocar pesadillas. Cuando despierta tiene la barba hasta las rodillas y una pila de cuentas impagas bajo la puerta. Se afeita, sale a la calle y ve propagandas por todas partes “Con elquetedije repitiendo todo el tiempo: Síganme que no los voy a defraudar. Y abajo la leyenda: Presidente 2400”. Entra a un bar, pide un whisky y engrupe al mozo con la historia de que ha estado internado varios meses por un ataque de amnesia y si le puede explicar la propaganda. El mozo le cuenta que, hacia finales del siglo pasado se perfeccionó la técnica de clonado de animales y elquetedije, logró hacerse clonar.

En 1819 Washingon Irving publicó “Rip Van Winkle”, la historia de un hombre que se durmió en una cueva. Despierta con una barba de tres pies de largo, vuelve a su pueblo para encontrarse con su hijo ya crecido. Como en “O anel de Polícrates”, la historia retornó en “Lechón”.

Una frase de Washington Irving le ajustaría, como anillo, y no de Polícrates, al dedo del entrañable Antonio Dal Masetto y a sus inolvidables diálogos, “A sharp tongue is the only edged tool that grows keener with constant use”.

 

 





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